Visita a Roma

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En el corazón
de la cultura occidental,
-reinterpretada y
bañada de purpurina-
se haya Roma.
Final de todos los trayectos,
madre de la filosofía.
Diosa pagana vestida
de oro y grana por los papas;
Magdalena que llora
sumisa la fortuna
de nuestra raza;
justicia vencida que ciega
desequilibra a posta
la balanza
en favor de una religión
que transforma
la belleza simétrica
en propaganda.




Roma,
meretriz adoctrinada
que renta al mejor postor
la cultura que ella ama.
Infestada por la masa
paciente cuyo espíritu
vive atrapado en la materia
superficial de una pauta:
hacer una foto.




Y Roma posa:
con sus luces y sus lluvias,
sus prados verdes
y dorados sueños,
doblegada y manza.
Quieta la Piedad
que se observa
a sí misma reflejada
en la pantalla vuelta
al turista absorto que
no se para a ver
el dolor esculpido
en su mirada.




Roma se ofrece:
abiertos los pasillos
donde hombres sin destino
hicieran cola para morir
frente  a una masa
hambrienta de sangre:
ahora gentío morboso,
aburrido  por sistema
de espíritu vació y
lleno  de indiferencia.
Abierta la boca
de la verdad inquebrantable
de que nadie es inocente.
Verdad cegada momentáneamente
por el flash de un feliz
visitante que paga el diezmo
por la foto que prueba
que la verdad no existe:
boca abierta
paralizada por el absurdo encanto.




Roma se oferta:
y es para cada quien
lo que necesita.
Inicio y fin
de todas las visitas,
todos los romances
y toda la inspiración.




Roma se vende:
dama de alta alcurnia
arrastrada a la mala vida
por los vicios del mundo que
han estropeado el aire
que ella respira.
Tan venida a menos,
tan disfrazada,
y sin embargo tan
hermosa que aún
me corta la respiración

pensar en Roma.

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