Cruel Navidad

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El pavo en medio de una mesa improvisada demasiado grande para el salón de la casa. No es que a ninguno de ellos les gustara especialmente, todos preferían el jamón.

 Josefa, la hembra, le pela las gambas a su hijo gordo con el pitillo entre los labios;y Amparo, la cuñada, la critica por lo bajito por ser tan ordinaria. Esto no habría pasado si hubiéramos ido a casa de mi padres. La abuela sonríe, feliz por no cenar sola por una noche. Procura no aprobar todo lo que sus hijos digan, vaya a ser que dejen de notar que está ahí y tenga que quedarse sola otra vez. Si su marido siguiera vivo no tendría que agarrarse a un clavo ardiendo. Su nieta ,a su lado, cuenta mentalmente moviendo ligeramente los dedos por debajo de la mesa. Su hermano botón derecho XXXOOX. ¡Mierda! Está muerto.

 El chico tiene resaca. Ya dijo que la cena de empresa tenía que ser el 22, como todos los años. Tenía que haberle pedido el nombre a la chavala, para preguntar por ella la próxima vez. Al grande no le salen las cuentas. Otro de Jack Daniels y serán seis. A su lado Paquita piensa que tenía que haberse sacado el carné de conducir. Este error puede ser mortal, tanto para ti como para tu matrimonio.

 Los Simpsons con la decimoquinta reposición de los capítulos de Navidad. El niño de la Paquita llora. ¡Y que no tiene gachas! Si es que nada más que existe un hijo para ella. ¿Y esta casa cuánto valdrá? Ahora se puede abortar sin permiso de los padres, ¿no? XXXXarribaarribaO ¡Me cago en tus muertos! To’l día con el cigarrito, hija, no me extraña que tengas la cara como la tienes. Si voy apartando veinte euros cada semana, al final de mes puedo… ¡PUM!

Golpe seco sobre el asfalto al otro lado del tabique. La del quinto se ha tirado por la ventana.

 Paquita le tapa los ojos al niño gordo de la Josefa, que se enciende otro pitillo mientras se asoma. Grande, llama a la ambulancia. Amparo está algo aliviada, al fin tiene una excusa para irse a su casa. Josefa intenta sorprenderse por tan horrible hecho, pero la falta de originalidad de la suicida no le permite sentirse demasiado abrumada. ¡Abuela, que se mueve, que está viva! Hay que joderse. Josefa se mete para dentro de nuevo y se sienta junto al bebé llorón de la Paquita. Ni eso.

Ceguera

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Sonaba triste, con un quejido atragantado que no terminaba de arrancar. Un mal sentimiento que yo sabía no crecería, y acabaría disolviéndose en mil trivialidades. Olía a perfume, pero no el que solía usar los sábados por la noche. Rocé su cabello con mis manos mientras me contaba la historia, mil veces repasada mentalmente. De pronto un toque de café y naranja en el aire me devolvió a mi infancia un segundo, cuando solía soñar la vida. Pedí tocarle el rostro, un frío muro de seriedad que intentaba sostenerse con esfuerzo. Sentí sus brazos, y su corazón latía a la velocidad de mis pensamientos, que se fueron un momento de nuevo al pasado tras el recuerdo de una vieja canción. Tras esto se marchó, se bajó del escenario sin siquiera esperar que terminaran los aplausos.

Yo me quedé sentada en mi cueva. Cuando no hay sombras que te confundan ni luz que te ciegue, sólo queda la verdad.    

La lujuria

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Eran las cinco y media de la madrugada de un miércoles lluvioso. A Lucía le gustaba salir entre semana, porque había menos gente y se podía hablar mejor. Además, la lluvia hacía que las calles se vaciaran como por arte de magia. Se veía que la mayoría de la gente ya tenía lo que buscaba en casa. De pronto se sintió sola. El hombre con el que había estado hablando toda la noche volvió del baño y se fue directo a pedirle otra copa. Creía que necesitaba alcohol para convencerla. Era menor que ella, pero le daba igual. Tres años tampoco son tantos.

 Lucía era fetichista de los ojos. No podía dejar de mirar las pupilas de aquel desconocido que trataba de conquistarla con una retahíla de temas irrelevantes. De todas formas, no pensaba llamarlo al día siguiente. Sus labios se volvían más rojos por momentos según Lucía; conforme aumentaba su deseo el chico se iba moldeando a su gusto. Era rubio, lo cual no le gustaba mucho, pero haría un esfuerzo. La tomó de la mano y el calor recorrió todo su brazo hasta el cuello, para bajar luego. Se acercó a su oído para hablarle aunque era totalmente innecesario, y ella se dejó hacer. Se alejaba de vez en cuando para poder mirarle a los ojos: dos profundo océanos oscuros apenas distinguibles con las luces de colores. Intentaba a toda costa retener esa imagen en su cerebro, para no olvidarlo cuando el nombre de aquel hombre se hubiera perdido de su memoria. Era otro par de ojos, otro reflejo de un alma desconocida, para su álbum personal de sueños.

 Les distrajo el amigo, que ya se iba. Lucía aprovechó para mirarle el trasero a su acompañante, porque no lo iba a hacer todo con los ojos y no quería llevarse sorpresas. Pasado el test, pidió un par de chupitos de tequila, limón y sal. Tuvo que ser ella quien rompiera el hielo, como solía sucederle, y al último chupito lo siguió un lametón en el cuello y un bocado en un par de labios ya más rojos que el fuego.

El piso del chico era pequeño y estaba desordenado. De todas formas, no pensaba quedarse a desayunar. Memorizadas las pupilas y olvidado todo lo dicho unas horas antes, Lucía se entregó a una imperiosa necesidad carnal que aquel desconocido, por más empeño que le puso, no logró saciar completamente. Tenía que haberse ido a por el amigo. Y allí estaba de nuevo, una madrugada más: desnuda sobre la cama de cualquiera, despeinada, insatisfecha y palpitante. Se había acostumbrado tanto a la frustración que apenas le preocupaba. No esperó a que el muchacho despertara. Aunque para otra vez ya lo sabía: el amor no tiene edad, el sexo sí.

 Como le había pillado el amanecer, decidió coger el autobús. El 15 estaba esperándola con las puertas abiertas, y se sintió afortunada por esa minucia. La experiencia le había enseñado que la vida se disfruta más si uno se conforma con poco, aunque le costaba un poco seguir el lema. Nada más subir se encontró de golpe con una monja. Era joven, no debía tener más de treinta. Cabizbaja y discreta, de vez en cuando alzaba la vista para contemplar a Lucía. Ésta se dio cuenta y miró al retrovisor: despeinada, con ojeras y, aunque la monja no lo viera, intuía que se había dado cuenta de que llevaba la ropa interior en el bolso. Sin duda no era ésa la entrada triunfal de una ninfa libertina, más bien la patética imagen de una mujer incansable. Se sintió avergonzada y agachó la cabeza, intentando arreglarse un poco la falda. Esa mujer que la miraba era capaz de vivir para una sola creencia, y ella no era capaz de creer en sí misma. Mientras la monja vivía para los demás, ella se aprovechaba de los hombres para confirmar una y otra vez su incapacidad de amar. Se dio cuenta de lo ruin que era, y bajó en la siguiente parada conteniendo el llanto.

 Por su parte, Sor Ángela no hacía más que preguntarse de dónde vendría esa extraña mujer. Cuántas horas llevaba fuera de su casa. Con cuántos hombres habría estado en toda su vida. Qué recovecos del infierno le quedaban por explorar. Hasta dónde sería capaz de llegar en su lujuriosa forma de vida. Se mordió el labio e intentó rezar, pero en su mente no dejaban de pasar una y otra vez la imagen de esa falda descolocada y ese escote que insinuaba la forma, pero dejaba clara la intención. Bajó rápido del autobús y se metió en el servicio de una cafetería a toda prisa. Allí se apretó el silicio, conteniendo la respiración para ahogar un grito. Se sintió aliviada cuando la sangre bajó lentamente hasta su rodilla. Se suponía que era un castigo, pero era la sensación más intensa que Dios le mandaría en toda su existencia.

Lucía y Ángela, aunque parecen muy distintas, son hermanas en su búsqueda del placer. Ambas están solas en este mundo –como todos- y sacian su sed en el arroyo más cercano –como todos. 

El lamento de Dafne

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No tiene nombre. Hoy no. No le importa si la conocía de antes, o ir en contra de la ley. Es su cumpleaños, puede prescindir de la realidad por un par de horas. Se siente como una criatura extraña apunto de atacar. Poderoso. Casi había olvidado los gritos de su madre histérica mientras bajaba las escaleras. Una sombra, mierda. Da media vuelta rápido y retoma su camino una vez pasan las luces sin sirena. Una lámpara rota en el suelo de su habitación. La furia de su puño partiendo en mil pedazos la opresión. Villano heroico de incógnito repitiendo la valiente hazaña. Sonríe en la oscuridad mientras la espera. Huele su perfume antes de escuchar el retumbar constante del suelo en sus tacones. Estoy enfermo. La sombra que rompe la cadencia de sus pensamientos la deja un minuto sin respiración. Luego viene el miedo. La fuerza, la violencia, los nervios. La incertidumbre. Una certeza amarga y luego el llanto. Llora fuerte para tapar el dolor con vergüenza. Uñas rotas, miembros contusionados, desgarro. Sangre. Humillación y más vergüenza. Siempre quedan fuerzas para resistirse, lo que no le queda es tiempo. Comer o ser comido, esa es la ley. Aprieta los dientes con odio esta vez. La sangre del enemigo sabe más a hierro. El sudor del enemigo apesta como pescado podrido.Asco.
Perdida la batalla, no hay pañuelo blanco que ondear.Una lágrima se congela durante siglos en su mejilla. Sus brazos cansados yacen inertes por el resto de su existencia. Sus pies anclados a la realidad profundamente, no la dejan levantarse. Los rizos de su pelo se enredan con asco entre la basura que le rodea. Atrapada para siempre en el mundo físico de Siempre Jamás, busca su espíritu. De pronto encuentra una rima.

 Dulce madre mía,
no puedo trabajar,
el huso se me cae de entre los dedos.
 Afrodita ha llenado el corazón
 de amor a un bello adolescente
 y yo sucumbo.

Las damas de Avignon

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Las dos y media de la mañana y Laurita está dormida, pobre. ¿El azul o el rojo? Un tipo la otra noche me dijo que tenía unos ojos muy bonitos. Pero no me invitó ni a una copa el hijo de puta. Con el rojo seguro que le iba mejor. Suena el timbre. Tacones de once centímetros rojo pasión por el pasillo. Siete euros, pero casi se pega con la gitana. ¿Dónde coño está mi bolso? ¿Sin bragas?, no gracias, yo soy una dama. ¡Hace más frío que su puta madre! Pero el vestido luce más con los pezones marcados. Un día me muero de una pulmonía. ¿Esa es la Manuela? Siempre empieza la primera la muy zorra. En la cola de la furgoneta igual: siempre tiene que ser la primera en tomarse el café. Como si fuera la única cosa caliente que llevarse a la boca por aquí. Mañana es el teatro de la niña, hoy nada más que hasta las seis. A ver las madres cómo se portan, siempre mirando por encima del hombro las hijas de puta. ¡Malas puñaladas les den! Si no estuvieran tan manías yo no tendría trabajo. Como si a mí me gustase ir cosiendo los trapos rotos de las demás. ¡Que se jodan! ¿Cómo estará durmiendo hoy mi niña? Un cliente. Pero a nadie le importa lo que la Maru piense. Y menos al Pelao, cuyas venas arden por la necesidad de la sustancia intoxicante. Se acerca como para hablar con ella, amiga de toda la vida, y le raja la cara. No quería hacerle tanto daño. ¡Mierda! Desfigurada, se mira al espejo con pena. Y luego a su niña, que duerme. Va sin ganas a ponerse los zapatos, los rojos no, no, que le dan mala suerte. En el descampado el mismo frío de siempre. L a Manolita se baja de un BMW fumando un cigarro. A su lado la Rumana, que no habla español, sólo la lengua del dinero, y la Sussi, que la obliga el marido a venir. Se ven unos faros y las tres se levantan de golpe: pezones al viento. El pintor, desconcertado, no sabe cómo plantear el tema. En seguida la Maru, que siempre quiso ser estrella, se acerca con picardía. Ve sus ojos brillar y sabe que es ella, aunque como es tan aprovechada consigue enchufar a sus tres amigas.
La cuatro se desnudan con la cansina trivialidad forjada a fuerza de costumbre. El vello impudoroso asoma, y junto a él las cicatrices provocadas por los gajes del oficio. El rostro desfigurado de la Maru no es más que un espejo de su cuerpo maltratado y de su alma olvidada. Cuatro damas contorsionadas hasta casi romperse por intentar amoldarse a la calle. Cuatro himnos a la sombra de nuestra sociedad. El pintor se emociona, contiene el llanto, se frota la cara, pero la Rumana interrumpe el vivo discurso que lucha por salir entre sus pulmones. Entonces, ¿chupar sí o no?

La mujer sin rostro

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Ana es una mujer que, por circunstancias de la vida, no tiene rostro. Apenas habla de ello, porque cuando conoce a alguien la carencia se hace tan palpable que el interlocutor, avergonzado de su curiosidad morbosa, baja los ojos y sonríe con una mueca vacía, sin atreverse a preguntar. “Con todo en su sitio”, piensa Ana, “y su cara es una tabula rasa tan inexpresiva como su mente”. Pobrecita, piensan cuando la espían de reojo, observando a hurtadillas las líneas fantasmas de su expresión. Pobrecita, repiten cuando se ha ido, para reforzar aún más su creencia de que ellos son más felices porque tienen más.

Cuando cae la tarde, Ana sale a la calle a gritarle al mundo en silencio. Ríe, pero nadie lo sabe, y ese es su pequeño secreto. Se sienta en el parque, frente a la escultura de Bécquer, y se entretiene en comparecer esa triste emoción pétrea que poco a poco se está adueñando del mundo.

Ana no confía en la gente con rostro, porque siempre están haciendo monerías, y la mitad del tiempo sus ojos gritan lo contrario que sus palabras. A sus amigas les da grima cuando les cuenta lo de las caras, y algunas retuercen los ojos con muchos aspavientos, soltando grititos: Jesús, por dios, qué cosas tienes, Ana. Luego caen en el silencio y Ana escucha lo que sus labios no son capaces de verbalizar, señalando cada mentira y haciendo evidente cada vez más, sí, la gente sin rostro es mejor.

Una vez Ana tuvo un amante, que la miró a los ojos, pero la miro de verdad, y le dijo que era la mujer más guapa de la Tierra. Y eso que no había visto todas las que existen. Pero Ana sabía que era verdad que lo pensaba. Lástima que su rostro le delatara tiempo más tarde, cuando le dijo que él también la quería.

Ella no había conocido aún a su hombre sin rostro: ese muro misterioso al que poder asomarse. Los hombres con nariz y mejillas vivían sumidos en la extensión de sus propios cartilágos, y no le resultaban interesantes.

Ana, la mujer sin rostro, vive escondida de la teatralidad de los malos amigos, y espera en silencio cada tarde en la puerta de la unidad de quemados del hospital, soñando con que un buen hombre sobreviva a los horrores del mundo.  

Consejo para el mal de amores

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Por fin me he puesto a actualizar, pero como no he tenido tiempo de escribir nada decente en estos meses, he tirado de trabajos viejos. Ya no me parecen tan buenos como cuando los escribí, pero mejor eso que dejar de tener las pocas visitas que tenía. La cosa es que con tanto buscar relatos he encontrado algo alucinante, y es otro de esos extractos de diario antiguo que te dejan con las patas colgando.

Lo tenía escondido en una carpeta recóndita con el nombre de archivo "ejercicio sobre william blake", para evitar que ningún curioso lo abriera (que ahora pienso, ¿quién iba a abrirlo?). Bueno, me ha hecho gracia que hoy me parece una chorrada como una casa, pero en su día era el centro del universo, y una cosa súper seria.

Resumo la historia: novio del instituto por el que ya no sientes nada te confiesa haberte puesto los cuernos y tú te sientes mal y culpable porque ahora que tienes una excusa para dejarle (al fin) te da pena. Para colmo te está empezando a gustar otra persona y y tienes miedo a todos los sentimientos en general.

Pongo esto aquí por varias razones: una, como muestra de cómo cosas que son un mundo en un momento de tu vida te pueden importar un pepino otras veces (hasta el punto de subirlo a internet para que lo lea quien quiera). Segundo: por si hay alguien en la misma situación, que vea que se sale de todo y es verdad que luego te llegas a reír de tus problemas.

18.11.2008
Acabo de hacer la mayor tontería de este mes. O quizá he tomado la decisión adecuada que salvará mi maltrecha relación con mi novio (NOTA: ni puta idea de a qué me refería con esta frase --> quizá discutí con mi ex o no le devolví un "te quiero", vete a saber). O quizás no marca ninguna diferencia, porque tras una decisión de ese tipo hace falta detrás un puño firme que escriba la sentencia para siempre,
sellándola con algo menos efímero que las palabras (DRAMA QUEEN). Creí  que había tomado la decisión correcta y que eso terminaría con mi mala racha de corazón roto y mente dividida, pero está visto que estoy condenada a morir de incertidumbre, o de pena.
Tal vez necesite un consejero, o un psiquiatra, o una pistola. Si pudiera me arrancaría el corazón para no volver a sentir nada jamás en mi vida, o quizás le arrancaría los ojos a los demás para que no pudieran ver lo confundida que estoy. O simplemente me sentaba frente al ordenador con la esperanza de distraer mi mente de mis instintos y de mi dolor. Lo único que tengo claro es que soy patética (I AGREE).
 
19.11.08
Todo sigue igual de distinto hoy en mi cabeza, aunque de vez en cuando atisbo ciertos latigazos de elocuencia en mi desbaratada mente. Aún así sigo fría como el hielo por fuera, mientras por dentro una tormenta caliente azota mis pobres huesos. Hoy he dejado el gimnasio, una asignatura y la esperanza de que éste sea otro año productivo en mi carrera. Tal vez debería pasar de los hombres, pero no puedo pasar de él. Él es parte de mí, aunque mi mente fría se empeña en pasar página, mi corazón y mi cuerpo siguen atados a viejas costumbres. (NOTA: eso era mentira). Miento. Mi cuerpo ya no siente nada. Nada que debiera sentir. Me siento mal por sentirme bien, y no siento nada cuando debería estar emocionada, ¿Qué coño significa esto? ¿Me convierte en una mala persona?
Prefiero no pensar más e irme a la cama. Si pudiera estar en blanco al menos unas horas. Mañana es la gran prueba de fuego, y siento que ya la he perdido.
Si él no me hubiera fallado, o no me hubiera dicho que me había fallado, yo estaría sintiendo lo de siempre:un amor incondicional, místico y casi divino. Ya imaginaba nuestra casa y nuestra vida juntos, nuestro hijos, nuestra vejez. Hoy sólo de pensar en tener que mirarle a los ojos me tiemblan las piernas. No quiero hacerle daño, ni que se sienta culpable, sólo quiero recuperar lo que teníamos. Pero no puedo porque sus problemas absorbieron todo mi romanticismo. No es culpa suya, solo que siempre tuvo  mala suerte. Es una persona maravillosa (MENTIRA: me puteó durante meses), y le quiero. Pero ya ninguna mariposa vuela sobre mi estómago al mirarle, sólo me pincha el recuerdo en el corazón. Es culpa mía, por no saber olvidar, por haberle idealizado: SÓLO ES UN HOMBRE. Sigo sin poder mirarle como tal, me siento como quien comete blasfemia o herejía (DEBERÍA DARME UNA COLLEJA A MÍ MISMA POR ESTA FRASE).
Esta pagana se va a la cama esperando que se le aparezca dios. Pero ya no es nada natural. De pronto accede a todo lo que le pido, le mueven los remordimientos y el miedo a perderme. Jamás antes me había planteado dejarle. En cinco años, JAMÁS. Para mí las cosas en el amor están claras desde el principio hasta el final, y esto ya no lo veo. Sin embargo, sigo escudriñando en la niebla: quiero darle otra oportunidad. Pero mi mente piensa que no es posible, ¿quién ganará?
 
15.12.08
No sé qué es peor: la incertidumbre, o la certeza de que no eres capaz de hacer lo que sabes que debes hacer. Mejor una indecisa que una cobarde.
Y mientras tanto, tu vida pasa, y ni siquiera participas en ella. Sueñas con lo que fue una vez, y que temes que ya nunca más será, y con lo que tal vez nunca sea, pero no consigues despertar.
Sabes que cuando abras los ojos te vas a encontrar con el dolor de tener que amputarte medio corazón con tus propias manos, y que si esperas más tendrás que arrancártelo entero. No has terminado de lamerte las heridas de haber dañado a tu propia familia, y ya buscas otro sitio donde marcarte con fuego ardiendo, como añorando el dolor.
Si al menos pudiera mirarle a los ojos y decírselo, no me daría tanto asco a mí misma...
 
3.02.09
Vivir no es tan sencillo como nacer, a pesar de lo ruidoso y doloroso de lo último. En realidad es tan sencillo como respirar: uno lo hace naturalmente, aunque no quiera, y no hay forma incorrecta de hacerlo. Sin embargo, vivir cuando creces es más difícil. Nada está inventado, pero hay una forma preestablecida para todo, incluso para amar. El amor eterno (el de verdad) no existe. Eso  ya lo he aprendido (y de qué manera). Lo que para cualquier otra persona puede ser algo obvio y sencillo, a mí me está costando horrores asumirlo. Y ahora que sé que uno de los pilares básicos de mi existencia no es válido: ¿qué hago? ¿Con qué me lleno? ¿Qué fin absoluto moverá mi mundo? Supongo que ahora toca empaparse del “uno mismo”, la “integridad”, el luchar por tus “sueños”, y esas cosas. Pero esas palabras están vacías para mí. Si ni siquiera sé quién soy, cómo voy a quererme o luchar por mí. Debería conocerme y apreciarme, y en lugar de eso me vendo barato a cualquiera que pueda prometer fingir que el amor verdadero existe. El mismo cuento de siempre en mi puta vida, soy adicta al dolor.
Al menos ya puedo llorar, lo cual es bueno. Estoy viva, ¿no? Lo malo es tener memoria para recordar todo lo que he hecho, sigo sintiéndome atada aunque soy libre. La libertad tampoco existe. ¿Qué coño me queda? Amor, libertad, belleza y paz. La belleza es efímera, y la he perdido antes de ganarla (MENTIRA: estoy requetebuena); la paz... es absurdo hablar de paz en mundo que se muere. Lo único que puedo decir es “eh, al menos no llevas la vida insulsa de la ama de casa conformista que no piensa”, ojalá la tuviera. Me encantaría que no me diera pánico el compromiso, que mis sentimientos no vivieran por sí mismos, ni tener tantas ansias de conocer todo aquello que queda más allá (MENTIRA: si fuera ama de casa acabaría saliendo en los sucesos del telediario y mi vecina diría "era muy buena chica, siempre saludaba"). Ojalá pudiera dibujar una línea en el suelo, en un lugar y con ciertas personas dentro y decir “esto es lo que querré siempre”. Pero la palabra “siempre” se me antoja ahora el concepto más absurdo del planeta, el más sobrevalorado y el más ausente en mi existencia. ¿Cuántos “siempres” he matado con mi verborrea? En algún planeta de alguna dimensión paralela soy una asesina en serie de sueños y promesas. ¿cuántos traumas y frustraciones llevan mi nombre en mente ajena? ¿Y por qué me preocupa? ¿Acaso hay alguien llorando porque yo lloro pensando en cosas que otros me han hecho?
¿Quién coño soy? ¿Qué coño quiero? ¿Por qué coño me vendo tan barato? Y ¿por qué cojones me gusta tanto decir palabrotas? Tal vez quiera demostrar que no soy una niñata insegura sin oficio ni beneficio que se pierde en el mar de sus sensaciones (ya no te cuento en el mundo real).
 
19.02.09
Es agradable levantarse un mañana y de pronto descubrir, ¡coño!, que estás al otro lado del espejo. Ya pasada la borrachera de tristeza y aún arrastrando un poco la resaca del desengaño te das cuenta de que tampoco has cambiado tanto. Todos te miran y dicen cosas como “es que has madurado”, y sin embargo me siento más joven. Tampoco me creo ya esa frase que dice que crecer es traicionarse a uno mismo, más bien creo que es al contrario. Si le doy un golpe a alguien lo asumo y punto, con la misma dignidad que recibo los golpes de otros, pero no dejo de ser yo. A todos nos gustaría ser los perfectos hijos y amigos con los que soñábamos en convertirnos, pero no queremos dejar de sentir: pues ambas cosas no son compatibles.
Ahora entiendo por qué soy tan adicta al dolor, y es porque el dolor me hace sentir viva. Hasta cuando alguna otra sensación (normalmente considerada como buena) me llenaba mucho sentía dolor por ello, y eso a su vez me producía placer. Dios, me estoy volviendo una sádica (NOTA: quería decir masoquista, y lo soy: soy adicta a los tatuajes). Lo que más hecho de menos de mi “otro” yo es el amor, porque ya no sé qué nombre ponerle a las sensaciones que me recorren constantemente. Tendré que inventarles uno.
Y aquí estoy, de nuevo sobre la tierra. ¿Qué coño hace la gente mundana para rellenar sus vidas? Ojalá conociera a alguien normal para preguntárselo. 
 
02.03.09
Hay días que te levantas y sientes que el mundo está en tu contra, aunque en realidad es más bien al contrario. Todo te molesta, nada es perfecto, nada te satisface y todo cuanto deseas es que se pare esa racha de mala suerte y alguna cosa brillante suceda (no tiene por qué ser excepcional) para no morirte de rabia ese día eterno. Otros días te levantas que ni fu ni fa, y poco a poco te deslizas en una hilera de acontecimientos grises (imperceptibles cualquier otro día) que te llevan a ese estado de odio contra el mundo. Pero no es el mundo lo que odias, ni a tu vecino el que está de obras, ni a tu compañera de piso la que se desmaquilla con la toalla que a ti te gustaría usar después de ella alguna vez, ni a la del súper que te mete la comida en la bolsa como a nadie le importa. Te odias a ti misma, porque no puedes ser quien quieres: no puedes creer en el amor de pronto, ni puedes hacer que el amor crea en ti.
 
08.03.09
Es increíble que la gente pueda sentirse mal por sentirse bien, o que se sienta una insensible por sentir. Ya no lo siento. Ni siquiera me da pena, y cada vez me siento menos culpable. Hace siglos que me deshice de su influencia sobre mí. ¿Debo odiarme por eso? Me hago creer a mí misma que le estoy respetando, pero no es cierto. Aprovecharía media oportunidad de serle infiel a su memoria sin pensar: no me importan las consecuencias (NOTA: esto de sentirse culpable porque crees que tras una relación larga debes guardar un tiempo de "luto" no es más que una creencia machista que hoy aún se estila en pueblos pequeños como en el que me crié).
Me da igual que no esté preparada para involucrarme tanto con nadie, me da igual que el amor no exista, me da igual que luego duela el doble de lo que me gustó. No me da miedo el fracaso. Me da miedo dejar de sentir: me da miedo que me empiecen a dar miedo cosas que  siempre he hecho impunemente. Siempre me gustó sufrir, soy la prueba viviente de aprender a palos. Quiero darme este palo, me muero por matarme a golpes. Pero no soy la única golpeada con cada mirada, cada roce, cada abrazo... son tres vidas golpeadas a la vez, y sólo me importa la mía.
Estoy lista para recibir el golpe, y me dolerá más la ausencia de éste que cualquier otra cosa en el mundo. Ya me da igual que el amor no exista, quiero rendirle culto al dolor: única prueba de que la vida es real.


PARA TERMINAR: Decir que sigo sin creer en la polladas esas de fueron felices y comieron perdices hasta que vomitaron arcoíris, pero de ese "palo" salió una relación adulta bastante decente que continúa a día de hoy.

La Bella Durmiente

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No hace mucho tiempo en un país muy cercano- aunque todo el que lee esta historia lo hace como si llegara de otro planeta-ocurrió algo. Fue algo extraordinario, pero no más que los milagros de la ciencia o los avances de la agricultura que nunca llegaron a África. No más que la cultura nunca adquirida. Digamos, simplemente, que pasó algo.

 La protagonista de esta historia es una joven princesa sin corona del reino NiNi, su príncipe no va a caballo. No sólo en uno, al menos: 150 caballos de riendas metálicas y color extraño. Un mundo estrambótico, sin duda, este reino NiNi. Donde todas son princesas, según dicen, porque zorras ya sobraban.

Como todas las buenas historias, ésta va de amor. Si alguna vez alguien entendió lo que esa palabra significa. Para esta pareja el amor era un deseo caliente y eternas consecuencias. Por lo que no se diferencia tanto de lo que nos han vendido como amor otras veces. El caso es que entre ellos había “amor”, pero también grandes obstáculos.

 El principal inconveniente en su relación era que, como era “amor verdadero”, tenía que ser eterno. Cuando eres joven estas palabras no dan apenas miedo. Pero otros inconvenientes agobiaban tanto a la pareja que empezaban a sentirse viejos, y en consecuencia asustados.

 El resto de los inconvenientes eran tan banales y propios de la plebe, que no les habrían agobiado de no haberse agrupado en centenares: dinero, casa, trabajo, familia, amigos, etc, etc, etc y un millón de etcéteras.

Y como en todas las buenas historias, la mala malísima llega en el momento justo y hace una entrada estelar y ruidosa. La de este cuento se llama Asistente Social. Esta ambiciosa vieja declara tener derechos sobre la corona, y reclama jactanciosa cosas que nunca fueron suyas antes de que la propia princesa las tenga.

Cuando la princesa se niega, intenta comprarla con dulces y promesas vacías. Pero la sangre real es instintivamente desconfiada, y le cierra las puertas del palacio antes de morder el anzuelo.

Lo que la princesa ignora es que hay otra mala mucho peor que la Asistente Social, y es ella misma: la princesa de corona de pelo sucio. En un ataque de deseperación, agarra las píldoras de dormir de la Reina y se infunde un sueño eterno; sumiendo el palacio entero en la oscuridad.

 Por desgracia para la princesa, la vida no es sueño. Llega el día y se pone de parto, y el dolor de estar viva la despierta.

 Como ves, en este cuento no hay beso, porque al príncipe le ha dado lugar a escapar. La princesa, en cambio, no se mueve de la habitación. Nunca se moverá de su escenario, porque el mundo exterior acaba de desvanecerse a su alrededor.