Not today

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Llevo tiempo despotricando sobre lo insulso que es no sentir absolutamente nada. Es una mierda vivir atrapado en una rutina que no entiendes ni te gusta, y ver que te espera un largo periodo de tiempo así. Bueno, pues ahora echo de menos ese sentimiento.

Porque entonces aún creía que había una solución, y que vería la luz al final del túnel tarde o temprano. Pero cuando el momento llega y no pasa nada, y la vida te confirma una vez más que ésto no va a cambiar... de repente desaparece el suelo bajo tus pies.

Y sabes que no es tu culpa, y que has luchado tanto o más que los demás, y te lo mereces. Pero no te lo dan. Y no es que haya un complot a escala universal, entre dios y tus semejantes, por hacerte la vida imposible. Simplemente es que la vida es injusta, y hay ocasines -demasiadas- en las que te tienes que comer el trabajo y el esfuerzo, porque simplemente no sirven para nada.

Lo único que sucede es que no eres nadie, y nunca lo serás. No nos engañemos, nadie es nadie. El único objetivo de nuestras vidas que seguro que cumpliremos es morirnos, y porque no depende de un burócrata, porque si fuera así viviríamos eternamente.

Me jode que haya en esta vida tantas, tantas oportunidades malgastadas. Me jode que siempre que un idota tiene suerte ese idiota no soy yo. Me jode que todos los demás lo merezcan tanto como yo, pues ninguno tenemos ningún privilegio de primeras.

¿Pero por qué siempre brillan más las ganas de los demás? ¿Acaso hay que ser un pedante o un ignorante proclamado para destacar? ¿Acaso no decía Aristóteles que en el punto medio se hallaba la virtud? Hoy sólo tengo ganas de mandar a tomar por culo la virtud, y a Aristóteles, y a las estúpidas becas de lectorado en los Estados Unidos.

Que os follen, a todos. Hoy no estoy para nadie...

Amanecer Parte 1: Mi final perfecto.

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Sin duda el mejor final que se podría dar a la saga siendo las escritora de la saga mormona. Por supuesto, para mí el final perfecto sería:

SPOILER IMAGINARIO Bella muere en el parto. Jacob entonces se enfrenta a Rosalie y mata al bebé. Rosalie insta a Edward a vengar a su hijo muerto, y éste finalmente mata a Jacob. Tras esta aborágine de sangre Edward pierde la noción de quién es, y vuelve a cazar personas indiscriminadamente. Tras asesinar a una de las amigas de instituto de Bella se da cuenta de que se ha convertido en lo que siempre odió, y muerto de vergüenza se suicida.

Bueno, lo cierto es que yo siempre he sido muy fan de la tragedia. De hecho, monto una cada vez que tengo ocasión (he ido a echarme leche y sólo quedaba el culillo: "¡Noooo!, siempre a mí, destino cruel".)

Pero vamos que yo iba a evaluar la película. Pues le doy un 8. Está muy conseguida. Permanece bastante fiel al libro (al menos lo que yo recuerdo). Es mucho más oscura, y al menos en ésta sí se atreven a mostrar sangre (aunque no tanta como a mí me gustaría).

Por fin empiezan a suceder cosas, y la figura de Jacob junto a la vida de los lobos salen a la luz. Lo que más disfruté de este libro es que casi todo se contaba desde la perspectiva de Jacob. Lo cual es un respiro. No soportaba seguir leyendo a esa tía sosaina y dependiente.

Por supuesto, mi parte favorita es el parto, como en el libro. No sólo porque se ve sufrir a Bella, que muestra alguna emoción para variar, sino por lo grotesco que es. Los que hayáis leído Biografía de un Vampiro (mi madre y las otras dos personas más) habréis reconocido partes de Stephanie Meyer en él. Desde que leí el libro de Amanecer la idea del parto de un vampiro me fascinó.

Inmediatamente después me preguté cómo seguiría aquello. ¿Qué hace una criatura que sale de una mujer muerta con sed de sangre? ¿Hasta qué punto es indefenso, y hasta qué punto peligroso?Las respuestas que intenté dar quedaron en más de 100 páginas a las que estos días intento dar forma desdeperadamente, por cierto. Con esas respuestas también me atreví a imitar a Meyer e inventar mi propia sociedad vampírica, desoyendo cuando me convenía las convecciones literarias del género.

No habría hecho nada de eso si no me hubiera gastado esos 27 pavazos en la edición inglesa de Amanecer nada más que salió. Por eso, por mucho que la critique, o por muy mal que me caiga el personaje de Bella, siempre estaré agradecida a Stephanie Meyer.

Pero estoy divagando. La cuestiónes que esta peli es en mi opinión la mejor de las cuatro. Más madura, más ocura, y mucho más dinánica. No creo que la segunda parte pueda superarla. Aunque lo cierto es que si por mí fuera no habría segunda parte.

Este final es perfecto. Se cierran todos los círculos sentimentales. Las emociones que los personajes han retenido tanto tiempo explotan de un modo u otro, y se ve la verdadera cara de cada cual. Los problemas planteados en otras pelis con los Vulturi SPOILER se anulan automáticamente al convertir a Bella en un vampiro. Y las demás minucias -cabos sueltos como la familia de Bella o el cisma en la manada de Jacob- son fáciles de soventar.

Además, la sensación de que la película acabe como en medio de algo deja al espectador pensativo. Le obliga a imaginar y a inferir parte del mensaje, lo cual es mucho más enriquecedor que dejarse llevar de la mano a un soporífero happily ever after.

Aparte de eso, también es una pena que no se ahonde más en la estructura de la manada, y en cómo se siente Jacob con sus hermanos. Es cierto que en esta peli es más protagonista, pero sigo pensando que habría estado bien cortar algún polvo entre Bella y Edward -o alguna de las 3 partidas de ajedrez, o algunos minutos de simplemente observarse con amor; sí, se quieren mucho, ya lo hemos pillado- para meter más escenas de lobos sacándose los dientes.

De todas formas, como he dicho, es la mejor de la cuatro. Pronostico que la mejor de las cinco. Así que si sabes de qué va esta entrada pero aún no lo has visto, ¿a qué esperas?

Antología Z de Somos Leyenda y Anthnecdotario Incoherente

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Antes de verano me descargué de uno des mis blogs favoritos, Plaguelanders, una antología zombi que recomendaban. Como siempre, cuando me recomiendan un libro lo pongo a la cola de los dos o tres que me esté leyendo en ese momento (sí, suelo tener mucho tiempo libre, y si no lo tengo me lo invento). Por fin esta semana pasada llegué a esta antología, y me quedé con la boca abierta.

Es una colección de relatos de temática zombi bastante variada y entretenida. La calidad literaria es sorprendente. Algunos trabajos están más pulidos que otros, como es normal, pero en general la calidad es mucho mejor que otros libros publicados por editoriales. La distribución de los relatos marca un muy buen ritmo de lectura, alternando historias más tranquilas con otras más bizarras, dejando en el lector una sensación de dinamismo que se agradece enormemente.

Menciones especiales: Samhain, cuyo estilo conseguido te mete por completo en la época en la que se orienta el relato; de cuyos habitantes calca hasta las estructuras sintácticas. Muy conseguido el efecto. La noche a través de una luz muerta, que creo que no lo entendí del todo, pero es de esas historias que te dejan muuy mal cuerpo. Ana, que nos da una pista bastante clara sobre quiénes son los verdaderos monstruos que atormentan al ser humano. Y Hambre, que cierra el círculo con un perfecto final agónico.

Desde aquí, felicidades a los chicos que han hecho esa antología posible, y espero que sigan trabajando para que los demás podamos disfrutarlo.

Más vale tarde que nunca.

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Qué bien me viene el refranero español para justificar lo perra que soy. Sea como sea, por fin me he decidido a tunear las fotos de los dos Halloweens anteriores(véase que escribo este extranjerismo en plural porque lo he naturalizado.

Lo más probable es que no gusten a nadie, pero yo las dejo aquí por si acaso. Mil gracias a mis amigos por ser tan frikis y seguirme el rollo, y perdón si os molesta que os cuelgue aquí. Sé que debí haber preguntado, pero paso de que me digáis que no. Tampoco hay de qué preocuparse, ni se os reconoce.

Un beso, ¡os quiero! (bueno, a los que no salen en la foto también los quiero, pero es que se lo tienen que currar más en las poses).

2010. Estaba depre, y mis amigos vinieron a verme. Rocío tuvo la genial idea de traerse su arsenal gótico para hacernos fotos. Ésto es lo que he podido rescatar.

Waiting.



Wondering.



Retrato de familia.



Doll.



Life is a cabaret.



2011. Todo empezó con una Zombie's party.



Teddy Bear.



Child.



Helpless child.


Fantasmas tras la puerta.


Psycho.



Red Madness.


Psicodelia.


Las tres gracias.


Revelation.


Esta foto se llama Happy Bride, pero podría llamarse: La puerta estaba abierta. En el porche se veían vasos rotos y demás restos de la fiesta. Dentro estaba oscuro. Iba barriendo la oscuridad con su linterna y veía aquí y allá testigos de la decadencia: flores secas, botellas vacías, comida podrida... Haste que dio con ella. Se le cayó la linterna de la mano de la misma impresión, y ya no volvió a recuperarla...



¡Y hasta el año que viene!

Los domingos volverán a ser de cine

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Hoy voy a enumerar las cosas que hecho de menos. Y las voy a enumerar porque de repente me he dado cuenta de que hay un montón de cosas que ya no hago.

1. Hecho de menos poner música. Antes, cuando vivía con mis amigas (bueno, yo las llamo compañeras de piso simplemente), nada más que llegaba enchufaba el mp3 a los altavoces y dejaba que la música lo inundara todo. Mis compañeras serían como fueran, pero jamás se quejaron del volumen ni del tipo de música que pusiera.

Con la música se diluían mis pensamientos, las miles de gilipolleces que me embotan el cerebro a diario. Me concentraba en los acordes, la batería de fondo, la voz del cantante y sobre todo la letra: esa letra (por lo general triste) que hablaba de los problemas de otro. Y yo sentía pena por él, o rabia, o me emocionaba; pero no tenía nada que ver con mi vida.

2. Hecho de menos ser una empollona. Porque estudiar y pensar hasta que te duele la cabeza en algún hecho probado, o alguna interpretación de algo o teoría extendida sobre un pensamiento concreto, hace que todo adquiera un matiz relativo. En el capítulo 1 las tendencias literarias son de una forma, y tú lo comprendes perfectamente y hasta simpatizas con esa forma de pensamiento; y en el siguiente estás convencida de justo lo contrario. Nunca te cansas porque todo cambia tanto. Y luego, en mi carrera, siempre es muy importante lo que tú tengas que decir, lo que deduzcas de todo, pero siempre hablas de la teoría, de lo que otro dijo, por lo que nunca llegas a implicarte.

Es genial dejar tu vida a un lado para centrarte plenamente en un asunto mayor. Ahora que ya he termindo la carrera, y estoy haciendo el máster, de repente tienes que mojarte siempre. Mis compañeros de clase están deseando dar su opinión en todo, y siempre tienen un discursito que calza bien con el tema. Me pregunto si se lo preparan en casa.

Yo, por mi parte, no me atrevo a hablar demasiado, aunque muchas veces sé en qué se equivocan, o tengo alternativas más interesantes, prefiero reservarme mi opinión para cuando me pregunten, o para soltarla en ese súper duro trabajo de fin de máster.

En fin, que era bonito cuando mis compañeros eran tan ignorantes o tan tímidos como yo, y yo podía hacerme la guay de vez en cuando.

3. Hecho de menos las tardes de cine. Antes de empezar a salir juntos, Juanma y yo nos propusimos los domingos de cine. Mis compañeras no llegaban hasta la noche, así que se venía y poníamos en el salón algún clásico del cine, o alguna peli que nos interesara (a veces veíamos versiones de los libros que estudiábamos en la carrera).

No era sólo la química que hubiera entre nosotros (y que aún hay), sino la magia del cine. También íbamos a ver pelis, aún vamos, cuando la cartelera se deja y los de los Arcos se estiran con algún dos por uno. Pero los domingos, que siempre he odiado a muerte, eran otra cosa con una tele y un sofá en el que compartir unas palomitas del Mercadona.

4. Hecho de menos mis baños relajantes. Sí, soy ese tipo de cursi que le gusta llenar la bañera todo lo posible (no demasiado en mi casa) y echar unas sales minerales, hasta llevarme un libro a veces. No llegaba a poner velitas ni nada por el estilo, pero era agradable, y por lo general nadie se atrevía a llamar a la puerta del baño cuando yo estaba en la bañera.

Hecho de menos otras muchas cosas: como tener una amiga a la que pasarle mis manuscritos para que me los corrija y opine, irme a tomar una cerveza con la gente de clase con la mochila todavía al hombro, u obligarme a hacer visitar culturales a museos e iglesias dentro de mi propia ciudad. También hay cosas que estoy echando de más.

No es que ya no me quede ninguna posibilidad de volver a hacer estas cosas, es que no sé por dónde empezar. Porque esa era yo, y me siento como si me hubiera salido de mi cuerpo. Al analizar estas cosas he visto que no he sustituido todo eso por nada. Puede que ése sea el gran vacío que llevo un tiempo sintiendo.

No sé realmente lo que ha cambiado para que cada vez haga menos esas cosas. Me temo que es enteramente mi culpa. Llevo un tiempo soñando y gilipolleando sobre "lo que voy a hacer", "lo que me gustaría hacer", "como veo mi futuro", y he olvidado completamente mi presente. Y ahora que me he dado cuenta de que lo que me falta, lo echo aún más de menos, y estoy más dispuesta a recuperarlo. Incluso si eso significa luchar contra mí misma.

Hopeless

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I look at the horizon
and I do not reach to see.
Stars are meaningless in
a mean world where
Numb “sorries” are the most
Precious excuse to be happy
That we are looking for.

So easy to be happy
When you’re blind:
Everything taste like nothing,
And nothing is what you taste
Or what you are.

You can always remember pain.
It strikes you to the bone,
Shaking your mind-
Giving meaning to your life.
While you wish you were dead,
But dead you already are.

I look at the horizon
But I can’t see a thing.
Either I have too much pain
To see,
Or I don’t feel at all;
The sky is empty,
The stars are gone.

But what if the stars
Are gone?
I have always liked the shadow,
And the sun often burns my thoughts.
In the dark there is nothing
To confuse you
-No wrong path-
As they are all a mystery.

You can only know
A person
If you reach to guess
Their expression in
The middle of the night.
You can only know
Yourself
If in the middle of
Your life someone asks you
“what if…”
And you still don’t know
“What”.

Oda a un amigo

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No hace tanto que te has ido,
Pero nada sigue igual.

Con tu muerte se paró dentro de mí
Un reloj de manecillas invisibles
-fijas, como tus brillantes pupilas-
Que con la misma inteligencia
Señalan la ausencia.


Igual que tus pupilas me observaban
Desnudando con sencillez reflectante
Una cruda y misteriosa realidad,
La manecilla señala
Lo irreparable de la acción.

Igual que tus larguísimas pestañas
-de chocolate e infinitas-
Abanicaban con salero
El aire y mis problemas-
De la misma forma me acaricia ahora
La tristeza.

Viejo, sucio, quemado por el sol
-como tu pelo-
Está mi ánimo.

Igual que tus uñas arañaban
El aire cuando te acariciaba,
Me desgarra las entrañas la nostalgia
Cuando menos me lo espero.

Tú que ya no lloras,
Ahora lo hago yo por ti.

Pero tampoco voy a llorar tanto,
Que en cuanto hago algo
Más de dos veces
Pierdes el interés.
“Tampoco es para tanto”,
Parecías decir desde tu rincón
Con el cuerpo dormido y
Los ojos atentos,
Si bien indiferentes.

Correré mejor,
Porque siempre me perseguías,
Y así conforme le doy
Vueltas al mundo
Te sentiré a mi lado.

Porque tú no sabías decir
Lo mucho que vales
Lo hago yo por ti-
Igual que te quitaba los yerbajos
Que te traías de tus excursiones
Arrastrando.

Porque la verdadera muerte
Es el olvido-
Serás eterno.
¿Cómo olvidar dónde empezó
El principio del fin?

Tu tumba ha sido la primera de muchas, y de otras tantas que vendrán. Cómo ha cambiado todo, Tarky. ¿Por qué no me dijiste que te llevarías mi inocencia contigo? Te habría prohibido que te marcharas.
Cada vez que veo tu foto, y te recuerdo tumbado a mis pies, recuerdo cómo era todo entonces. Había mucha más gente a mi alrededor de la que hay ahora, y los sueños parecían posibles. Me enseñaste tantas cosas… incluido que la vida es dura; y que a veces se gana y a veces se pierde. La mayoría de las veces se pierde, pero eso le da un valor especial a las victorias.

Growing up

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No sé dónde escuché eso de que crecer es traicionarse a uno mismo, y me reí. Ahora me doy cuenta de que en esa frase hay más verdad de la que pensé en un principio, aunque no por ello voy a rendirme.

Porque queramos o no, prosperar en cualquier sentido en la sociedad en la que vivimos es pasar por el aro; de una forma u otra. Empezará de una forma sutil, casi ni nos daremos cuenta. Un día tu madre te mirará y de dirá que ya eres mayorcita para hacer como que no te enteras de qué va la moda, y que si quieres tener un trabajo tienes que ir a la entrevista "vestida adecuadamente". Luego alguien se casará, y todos insistirán en que tienes que llamar a un peluquera para que se ocupe de tu pelo y subirte a unas agujas dolorosas para pasártelo bien. Más tarde tu prima, quizá tu hermana o un amigo, tendrá un niño, y todos te mirarán esperando ver cómo se te saltan las lágrimas empujadas por un creciente y repentino instinto maternal.

Pero eso sólo es la parte externa, eso es lo de menos. Igual que quieren que acepten que una mujer que acaba de salir de una relación larga debe guardar unos meses "de luto" antes de volver a salir con alguien (aunque su ex fuera un auténtico gilipollas), pretenden que esa misma mujer vea al banco tragarse sus ahorros en comisiones por unos servicios que nunca pidió. Pretenden que se quede quieta mientras se cometen injusticias contra los más desfavorecidos. Quieren que vuelva la vista mientras se cargan el futuro de esos hijos que ella piensa que nunca va a tener. Quieren que siga sonriendo con una "al mal tiempo, buena cara" mientra ve arder todo se futuro, y su presente comienza a perder sentido.

Crecer es traicionarse a uno mismo, pero se supone que se obtiene algo a cambio. ¿Qué nos dan a nosotros?, ¿los que nos tapamos los tatuajes para ir a una entrevista de trabajo malpagado que no nos van a dar porque no nos conoce ni Cristo? ¿Los que hacemos cola en el paro para que la nos atiende no sepa para qué sirve nuestra carrera? ¿Los que nos damos de hostias con nuestros compañeros por una beca, un billete de ida a otro país, y la promesa de que allí todo será mejor?

Tengo que decirlo, aunque nunca diga nada distinto: estoy desilusionada. Sé que no tengo motivos para quejarme, porque otros hay peor que yo; pero qué quieres que te diga, eso no me quita las ganitas de acostarme. Sé que soy buena, y que puedo llegar a donde quiera. Lo que me mata es la espera, la espera al momento oportuno para coger el tren adecuado y no equivocarme. Ya han pasado unos cuantos trenes, pero no eran los míos. No son suficientemente buenos. Mi pregunta es...

¿Pasará otro después de éste?

Es difícil no traicionarse a uno mismo, y lo puedo pagar caro. Pero jamás podría vivir sabiendo que no lo intenté.

Na, na, na, na, na, na...

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Preparando los ánimos para mi fiesta favorita, que para colmo de males no es española.

Sigo viva

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No sé cuánto he envejecido en estos últimos dos años. Me siento diez anos mayor de lo que soy. Ya ves, aún así seguiría siendo joven.

Estoy perfectamente conforme con el estado físico de mi cuerpo. No soy tan joven como para que me tomen por sopa con cualquier cosa, ni como para tener que pedir permiso. Tampoco soy tan vieja como para que no haya personas a las que pedir ayuda siempre. O que hagan las cosas por mí.

Soy lo suficientemente mayor como para que se esperen cosas de mí, pero no tanto como para que alguien me eche la bronca si me quedo parada sin hacer nada.

Por eso estoy aquí parada; la verdad es que siempre he sido un poco paradita. Tampoco es que me encuentre en el entrno más estimulante del mundo.

Sé que siempre me quejo y escribo de lo mismo, ya estaréis aburridos. Os jodéis. Éste es mi blog y aquí hago lo que me da la gana. Para vivir la presión de la masa urgiéndome a que haga algo que no quiero ya tengo la vida real. Estoy en mi casa y hago lo que me place. Y quiero quedarme de brazos cruzados.

Sí, así es. Voy a mirar pasar los días. Ni me voy a molestar en fingir que hago algo con mi vida. Es mi pequeña protesta silenciosa contra el conformismo de una sociedad masificada. Es como "tienes esta edad, y estos estudios; éstos deberían ser tus sueños". Estoy hasta el moño de que me pregunten qué estoy haciendo, más de una vez he estado tentada de soltarle a alguien un "me estoy tocando el coño a dos manos".

En fin, a lo mejor estoy exagerando. Es que me ha venido todo un poco de golpe. Y siempre he sido un poco una histérica (me lo dice hasta mi madre, y eso que yo para ella soy perfecta). La cuestión es que, que aunque no esté haciendo nada, no siento que esté perdiendo el tiempo.

Es cierto que no tengo un duro para nada, y que no sé si es lunes o viernes porque todos los días son lo puto mismo. Pero a veces está guay sentirse al margen de la sociedad. Me paso horas en estúpidos proyectos personales que nunca termino pero nadie me dice nada por no acabarlo. Como lo de aprender alemán (ligado al insistente sueño de irme allí a buscar trabajo), cortarle el pelo a mis perros, o hacer un inventario de todos mis libros y películas. O lo de adelgazar, eso siempre está en el aire.

Siempre estoy libre cuando alguien me llama para tomar algo, y aunque casi siempre me voy antes porque no tengo más dinero para estar sentada en un bar, todos flipan de lo libre e independiente que soy. También les hace gracia a mis amigos mis preocupaciones idiotas: como llevar siempre las gafas por el miedo absurdo a que me salgan arrugas si frunzo mucho el ceño, o mi obsesión con que todos los botes de todo el planeta estén correctamente cerrados.

Lo que ellos no saben es que a mí me hacen mucha gracia sus preocupaciones. Porque no entiendo por qué es un problema que tu novio no vaya contigo a una fiesta si estáis todo el día discutiendo, o porque nunca le he debido más de veinte euros al banco (tampoco he ganado nunca más de 60). Me parece increíble que alguien que tiene responsabilidades tales como criar a una criatura aún crean en que divertirse es emborracharse.

Lo que peor me hace sentir de todo esto, es que a veces deseo integrarme en esa aborágine de rituales sociales y despego personal. Lo único que hace que disfrute (al fin) de este tiempo para mí es que tengo en mis manos los papeles para integrarme en el nuevo sistema (si aceptan todas mis solicitudes en el despótico universo de la burocracia).

Esa es y será siempre la gran batalla de mi vida: mi integridad personal vs mi instinto de animal social. Yo contra el mundo, una y otra vez. y lo peor es que ya me sé el final.



Mis tardes de tertulia: La vieja Manuela

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Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas. Ni una mente tan grande encerrada en un tarro tan pequeño. Tan trasparente y frágil que la más pequeña conmoción puede romperla en mil pedazos. O eso parece.

Lo cierto es que Manuela ya había superado los setenta y siete años en esa cáscara de cristal que era su cuerpo cuando la conocí. Sus ojos flotaban a través de la neblina de sus cataratas a una dimensión infinita y certera. Hablaba, y cada palabra había sido medida y sopesada para adaptarse al máximo al diálogo al que pertenecía, como si no respetar la medida produjera un cambio de presión en la atmósfera que fuera hacerla estallar. Así hablaba.

Por eso nunca malgastaba una sola sílaba y la gente le gustaba describirla como una mujer silenciosa.

Nada más verla me arrepentí de haberme apuntado a ese estúpido programa solidario. “No te gusto”, fueron sus primeras palabras tras un largo silencio. “Tal vez hablar te ayude”. Entonces comencé a hablar. Empecé enumerando las razones por las que no me gustaba, y después le hablé de mi vida y mis problemas. “Crees que no vas a morir nunca, pero vives como si hoy fuera tu último día en la Tierra. Encuentra un equilibrio o te estrellarás contra la realidad”. Yo tenía dieciséis años, y aquello me sentó fatal. Me levanté y salí de allí de un portazo, tragándome el miedo interior de que la vieja se deshiciera en agua tras el estruendo.


Ahora tengo treinta y seis años, y hace tiempo que me estrellé. Como todas las grandes heridas, duele más en frío. Duele pensarlo más que tocarlo. Obsesionado con el discurso de hace veinte años, he decidido buscarla.

La encuentro ahora encerrada en un psiquiátrico. Su habitación convertida en una sala de urgencias, por si el fino hilo del que penden sus manos se rompe. Sus manos, que ahora son copos de nieve. Me mira sin verme. Sus ojos son del color de una llovizna a media tarde en invierno. “Bienvenido al mundo. Si duele significa que estás vivo”, me dice como si hubiera estado al tanto de mi vida. Mira a todos lados con sus retinas ciegas, escudriñando y oyendo los silencios significativos. Sus voces interiores. “La reencarnación existe, sólo que no es transexistencial”. Nunca he conocido a nadie tan cuerdo. La enfermera quiere que coma, pero ella sólo existe. Todo lo demás es superfluo. Le cuento mi historia de nuevo y la enfermera me dice que no insista.

Ya me voy. Ella me dice mientras me levanto. “Piensa que ahora eres un recién nacido. Ves las cosas con ojos nuevos, y no todos tienen la oportunidad de tener dos vidas”. La enfermera chista disgustada y le mete una cucharada en la boca.
Cierro la puerta con ciudado para evitar que se deshaga en gotas de agua. “Habla con ella”, me susurra tras la puerta sin que pueda oírla, pero yo la escucho.Esa misma tarde sonó el teléfono por decimo tercera vez, y yo contesté. No es una locura perdonar. Como no lo es estar vivo.

Ella vive mientras los demás dormitamos. Vela de los sueños que no tenemos por si algún día queremos vivirlos. Por si nos atrevemos a salir a jugar. En los huesos de sus manos nacen las runas que marcan la fortuna, y que todos ignoramos o disfrazamos de casualidad. Nadie nace sin más. Y aunque ella morirá mañana, su verdad es eterna.

Foto: Dimitar Variysky

Never forget

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"Never forget what you are, for surely the world will not. Make it your strength. Then it can never be your weakness. Armour yourself in it, and it will never be used to hurt you".

Tyrion to John Snow. A Game of Thrones. George R.R. Martin.

"Nunca olvides quién eres, porque el mundo no lo hará. Hazlo tu fortaleza, para que nunca pueda ser tu debilidad. Úsalo como coraza, y nunca jamás será usado para herirte".

Tyrion a John Nieve. Juego de tronos. George R.R. Martin.

Me encanta esta frase porque demuestra que todos podemos ser fuertes, y débiles.

La posesión de Emma Evans

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Un clásico de terror desde una perspectiva moderna.

Hace casi un mes que escribí esta entrada. Tenía que haberla puesto antes, pero simplemente la perdí entre las mil chorradas de mi agenda. Para los interesados en esta peli que aún no la hayan visto, ahí va...

Una de mis costumbres favoritas que he recuperado este mes es la de "peliculita después de comer", y ayer por la tarde le tocó a la posesión de Emma Evans.

Lo cierto es queno tenía ganas de ver otra peli oscura, con escenarios típicos y muchos gritos y vómitos, pero no tenía otra a mano. Tengo que decirlo: me daba pereza verla. Ya había tenido unos sueños muy extraños la noche anterios después de haber visto Los ojos de Julia. Lo cierto es que ese otro título deja bastante que desar, pero com había tormenta y bastantes cortes de luz la atmósfera en mi casa se enrareció un poco (eso y que vivo en un cortijo antiguo perdido de la mano de dios). En fin, que no tenía ganas de tener el corazón en un puño.

Por suerte para mí, esta peli es mucho más que eso. Para empezar, el papel protagonista no tiene nada que ver con la mojigata de Emily Rose, por poner un ejemplo. Es una adolescente, con todo lo que eso conlleva, frsutrada, como todas, y unos padres demasiado estrictos que hacen saltar todos sus resortes a la primera de cambio. Es interesante ver cómo van cambiando todas las relaciones familiares a medida que la cinta avanza, y se van generando problemas y desconfianzas que bien podrían darse en cualquier familia (si bien por motivos muy diferentes, es decir, hay que pasar por alto el asuntillo del demonio para ver esta interpretación).

Otro personaje que ha evolucionado es el del predicador. Nada que ver con ese hombre de fe experimentado y firme en sus convicciones que se podía apreciar en otras versiones. Aquí el joven sacerdote (que parece un "cura buenorro" al principio) tiene sus más y sus menos con sus superiores y, como todos en esta vida, también tiene secretillos.

el tema central del film no es el demonio y sus representaciones, éste último no es sino una excusa para desatar las tensas relaciones familiares entre algunos miembros de la familia, tocando los puntos débiles necesarios para hacerlos estallar. Y eso es precisamente lo que más me ha gustado: la forma de manifestarse el diablo.

No necesitamos crucifijos llameantes (aunque no nos libraremos de ese tópico), ni vómitos verdes entre las sábanas rosadas de una preciosa habitación de hija 10. Tenemmos una adolescente furiosa con la fuerza del diablo.
La naturalidad con la que se suceden los hechos fantásticos hace que destaque más su esencia sobrenatural, a la vez que lo mete en un contexto con el que el espectador su puede identificar. A ninguno nos asusta que a nuestra buenísima hija católica de repente le de grima el gigantesco crucifijo que corona su cama, pero sí nos puede asustar que una niña conflictiva ponga esa cara de sádica cuando le damos un cuchillo para que corte las zanahorias para la cena.

Por último, destacar el tema crucial que juegan los silencios en la trama. rodada al estilo documental, da gusto no tener musiquilla lastimera avisando de que algo va mal. Gracias a la maravillosa interpretación de la actriz protagonista no es necesario tanto artificio.

en resumen, una cinta moderna, sencilla, de trama original, y si bien no exenta de tópicos, al menos los han reducido lo suficiente como para que se puedan digerir. ¡A echar la tarde!

Losing

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I keep talking to myself, no matter what. I know it is weird, and that people will talk about me, but there are way more important things than that. I have to keep it straight.

I can't lose it, 'cos this is who I am, and I am already losing it. I can feel the spiral of conformism shaking my bones every day. Sometimes I told myself "it is not that bad", I can handle it. Eventually, this is what I was born. No, not at all.

This ain't me. I do NOT do this kind of things. I do not like kids, or cooking. I like reading, and murderous heroes from bloody movies. I like that feeliing of not being part of it. I like being ME. Why should I follow them? There are 27,000 individuals in my town, all looking foward the same hot shit. I don't want that shit, I just want to be myself.

But they are trapping me, like a beast in a dark forest. Hunting my illusions. I have to leave, soon. Or at least try to keep my brain straight. I can do this, but not eternally.

While they think about jobs, and mortage and children, I keep denying reality. I keep talking to myself everywhere: in my car, 'cos there is no radio; and at home, when I am alone; and sometimes outside my house, so absorted in my internal non-existent world. Always in English, the language of the person I would like to be.

Which language did your heart choose? It doesn't matter if you cannot speak it.

You all mass individuals can keep the "this is my land" lecture forever, I will never want to owe a thing. And at the same time, I have to store things to buy my freedom. It is not that I am a whore, but sometime I just feel like one. Sell your body to save your soul. Work, get married, store riches... and you would earn those few decisive seconds during which you could think about who you are.

Maybe I am diverting too mucho from my main topic, and I already lost my point. Anyway, I know I had a point there, it is just that I am confused. Or that I am mad as a fucking hatter. But who isn't?

PD: Gracias a Tsuyu por dejarme su dollfie para el mini-reportaje improvisado de hace unos meses. La veréis en otras entradas y es gracias a que ella me la dejó.

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte II: Perfecto final

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Aquí tenéis esta entradita llena de SPOILERS...

Después de tantos años inmersa en universo Harry Potter, casi que me daba miedo ir a ver la última película. No tenía miedo a que la peli no cumpliera mis expectativas (nunca lo hacen al 100%, para eso tendrían que entrar en mi cabeza antes de rodarla), sino por la pena de que este largo ciclo se cerrara.

Ya me pasó con los libros. Me compré el último libro la misma semana que salió en Inglaterra (unos dos meses antes de que saliera en España), y lo devoré con ansias hasta llegar a las últimas cincuenta páginas. Estuve como tres o cuatro días sin leer, pensando en cómo me sentiría cuando se cerrase el círiculo. Por supuesto, cuando lo terminé me cabreé con JK Rowling por haber escrito su propia historia de magos sin tener en cuento lo que yo quería que pasase.

Lo sé, estoy loca.

La cuestión es que con la película no tenía ningún tipo de expectativas, y me encantó. Con la guerra abierta entre magos, el universo mágico de Harry Potter adquiere una fuerza tremenda y la magia realmente se palpa en el ambiente. Él público ya sabe de qué va la historia, por lo que no pasamos por explicaciones inncesarias, sólo un par de flashbacks rápidos para refrescar la memoria (se agradece).

Llena de acción y de tristes desenlaces, la película se hace mucho más corta que su primera parte, aunque sigue sin suplir esa carencia de la falta de atención que se pone al personaje de Voldemort. Éste sigue siendo representado como el malo malísimo al que nunca nadie ha querido. Hablando de cosas que no me gustaron, hay una técnica un poco repetitiva que para mi gusto el director usa demasiado. Consiste en soltar comentarios ingeniosos o gestos cómicos en los momentos más oscuros para destensar el clima y que el espectador pueda descansar un poco de tanta desgracia.

En un par de ocasiones esa técnica me hizo reír, pero la verdad es que en mitad de una batalla mágica hay comentarios tipo "a mi hija no, arpía" que los que se puede prescindir. Me parece una salida de tono un poco brusca que se cargó de la manera más cutre un momento tan importante como SPOILER la muerte de Bellatrix Lestrange. Creo que una mala de ese calibre se merecía un final un poco más digno.

Por otra parte, me gusta que se hayan ceñido tanto al libro en todo lo importante, aunque hay escenas que leídas tienen un efecto y vistas en pantalla tiene otro muy distinto (normalmente soporífero) ya que el ritmo de la narración es incomparablemente más lento en el primer caso. Por eso no hay que venerar en vida a los autores de los libros en los que se basan las películas, y por eso creo que no termina de funcionar SPOILER la escena del reencuentro entre Harry y Dumbledore en King Cross.

Por lo general, me ha gustado, y mucho. Me ha encantado ver esa batalla (porque hay BATALLA, no como en SPOILER el final de la saga Crepúsculo) , y creo que era una responsabilidad enorme la de cerrar la saga, y el director lo ha hecho muy dignamente.

LO MEJOR de los mejores, SPOILER esa revelación final de Snape. Rowling es una experta en honrar a los héroes anónimos, como el pobre Dobby o el desafortunado Neville Longbottom, y esa es en parte una de las mayores razones por las que me gustaron tanto los libros. Sin duda, SPOILER el paseo por los recuerdos de Snape ha sido mi parte favorita de la película.

Oscura, madura, mágica y a la vez humana, es un final perfecto para una suga que ha marcado un antes y un después en muchas vidas (aunque parezca exagerado) y en el mundo de la literatura (aunque le jode a muchos).

Si no la habéis visto, ¡hacedlo ya! Yo estoy deseando volver a verla...

Reflexión rescatada de un trabajo de filosofía

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La cuestión que nos plantea este texto de Ortega es si realmente albergamos nuestro propio punto de vista o nos rendimos a una verdad universalemente aceptada.

El perspectivismo del que Ortega nos habla no ha llegado a desarrollarse en esta sociedad, donde la mayor parte de la población se corresponde con el hombre-masa. Éste abunda en un entorno donde las antiguas creencias religiosas, sostén de nuestras vidas, se han sustituido por las nuevas tecnologías, el progreso, el consumo y dogmatismo de la ciencia, nuestros "nuevos dioses". Lo que en ocasiones consideramos nuestras ideas se reduce a asimilaciones no fundamentadas de principios impuestos. Esto las convierte en simples creencias y lo que nace siendo una idea de una minoría innovadora acaba perdiendo valor entre la masa, que la sigue, sin comprender su causa.

La expresión "desde mi punto de vista..." se nos presenta actualmente como una muletilla sin valor. Lejos de responder a la propia reflexión interna sobre el hecho en cuestión, se nos antoja como un recurso inigualable para resguardarnos de posibles refutaciones. En este sentido se podría ver cierto relativismo en nuestro desenvolvimiento en el mundo, pues en cada momento tomamos razones de distintas perspectivas según nos conviene, a menudo dejándonos llevar por un espíritu utilitarista. De cuealquier forma, este relativismo es relativo, pues se mantiene limitado por una serie de creencias sobre las que nosotros, hombres-masa, nos movemos cómodamente fingiendo innovación. Todos creemos dar justificaciones originales pero, puesto que las vías de las que lo tomamos están limitadas, nos encontramos con que todos decimos lo mismo. Somos relativistas en el sentido de que vamos cambiando de opinión según nuestros intereses, sin que ésta esté siempre ne la misma línea, por lo que hacemos carecer de valor a todas. Sin embargo, no lo somos en tanto que, inconscientemente, nos rendimos a la verdad universal.

Una de las concepciones universales es la mecanicista del mundo de Descartes, vinculado a nuestro sentido utilitarista, que a su vez tendría cierta relación con el relativismo y su desvirtuación de toda perspectiva. Los avances tecnológicos y en el campo de la bioquímica (manipulación genética, etc) nos conducen a velocidades vertiginosas hacia un mundo cada vez más globalizado, donde el individuo aspira a confundirse, refugiado en una pérdida de valores sin precedentes.

Para concluir, en un mundo donde el hombre nace totalmente predestinado a unas acciones que seguro realizará (estudiar, casarse, trabajar...), es difícil que pueda descubrirse a sí mismo y probar otras posibilidades para su realización personal. Es decir, que el hombre -animal fantástico- pierde entre la masa, su genialidad.



Este trabajo fue escrito en 2004 conjuntamente con una amiga, Inma, a la que por cierto sigo adorando. Me sorprendió encontrarlo entre mis papeles el otro día, y darme cuenta de que no he cambiado mi forma de pensar desde entonces. La nota positiva es que parece que el mundo esté cambiando, aunque lento, y el hombre-masa está despertando del letargo.

Mis tardes de tertulia: From Heaven

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Checking my e-mail, now I realize I’m dead. Never got so many mails from friends. David tells me he would like to see me in his sister’s birthday party, Ben wants to watch a movie with me, Susan wanna tell me something she dind’t have courage to say before; my mum wonders why I kept that fucking job, I was paid so badly…And my wife, she thinks about dead and muder, she believes death penalty is not enough for them. Those terrorrists. Terrorist, what a extrange word to be pronuonced from such sweet lips.

A eternity ago, checking my mail, as usual, I should have been killed. That’s what they paid me for: the lazy tasks of deleting ads and sending randon messages to all that people I knew and I never called to. I went back to work because they tell me it was safe, and I was too lay-back to doubt, so I went in again. It was normal for me not to think what I was told, simply moving mechanically following the stream. That easy death is.

I never heard of a damned second plane, or about Al Quaeda, or about a fucking huge skyscraper with a pudding consistenciy. I only heard the explosions, and only saw the fire. The rest is the task of the world to figure out.

But here I am, or I am not, receving unlimited messages that I can answer not, and people thinking about me instead of my death. Nobody cares how I was dead, only the fact that I’m not alive. So superflous now, I think.

I wish they would write to me before, I when I still existed, though not for them.

Proyecto lombriz: PARTE IV

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PARTE IV

Al cabo de un rato el mundo dejó de dar vueltas alrededor de Albert, y él empezó a mirar lo que tenía a su alrededor. El salpicadero del coche estaba lleno de papeles, recortes de periódicos y hojas viejas y gastadas con números; muchos números y letras sin sentido. Su vecina miraba a la carretera como despistada, a pesar de la gran velocidad a la que conducía.

No sabía qué hacer o decir. El silencio se prolongaba. Creía que le estaban secuestrando. ¿Debería preguntárselo a ella? La policía no creería que él era la víctima. De hecho, él no se sentía como una víctima en absoluto. Todo era tan extraño. Dentro del coche olía como a tierra mojada. Albert tragó saliva y al fin sacó valor para preguntar: “¿qué haces?”.

Una risa estridente y alta le perforó el tímpano un breve segundo, dejando un pitido imaginario dentro de su cabeza como recuerdo. “¡Serás idiota! Te estoy rescatando”. Él no sabía muy bien qué debía contestar, por lo que guardó silencio. Tampoco sabía qué tal era el temperamento de aquella mujer. Mejor no arriesgarse.
Fijó toda su atención en la ventanilla del coche. Poco a poco los altos edificios oscuros dejaron de alinearse a ambos lados de la carretera. La nada –desértica, fría y apabullante- le siguió. Primero una gran explanada, vacía y triste. Ni un solo matorral que pudiera albergar a algún insecto. Estéril la tierra yerta que rodeaba la ciudad.

Unos kilómetros más adelante, conforme las columnas de humo de las fábricas se perdían en el horizonte, empezaron a llegar los árboles. Lo hicieron tímidamente: uno aquí y otro allí. Deshojados, secos y moribundos, desfilaban hacia un bosque sombrío. Ningún pájaro los sobrevolaba y apenas se veían pequeños animales a sus pies. Albert bajó la mirada triste ante la pena con que el mundo se moría a su alrededor.
Apartó la vista de la lejanía un segundo y miró el retrovisor; las luces de la policía les perseguían muy muy lejos, como en otra dimensión. Ante ellos más árboles deshidratados, cada vez más juntos. “Vamos a morir”, no sabía de dónde había salido su voz. De nuevo esa risa histérica. “Si así fuera habrían dejado de perseguirnos”. Giraron bruscamente hacia la derecha y siguieron durante unos minutos el curso de un riachuelo negro y poco caudaloso. Y las luces desaparecieron. “Pronto mandarán a los equipos especiales, será mejor que nos demos prisa”.

Los árboles ya formaban una masa oscura y espesa cuando su vecina bajó la velocidad. El bosque se apiñaba como un animal asustado. El ambiente se hizo frío e inquietante, como si en algún momento algún árbol fuera a ponerse a gritar. Por fin se detuvo el coche y la chica bajó hasta un claro oculto por una pequeña colina. Albert le siguió vacilante.

La chica paró justo en el centro y se volvió para mirar a Albert fijamente. Éste observaba en el suelo unas pequeñas flores lilas. Tenían un color intenso, y parecían vibrar. Sintió el sonido que se producía con cada pequeña sacudida. Como si las flores respiraran, y el insignificante aliento sacudiera el aire a su alrededor. “Son bonitas, ¿verdad?”. “Sí”, se escuchó decir a sí mismo, “es increíble que hayan sobrevivido aquí fuera”.
“¿Lo es?”, preguntó su vecina. Albert levantó la cabeza extrañado por aquella reacción, pero su amiga ya no estaba allí. De la oscuridad del bosque emergieron decenas de ojos brillantes, como los de un felino, que le observaban sin revelarse. Él se volvió asustado y se encontró con la chica de frente. “Si estas flores, y estos árboles, aún viven; ¿por qué nosotros estamos asustados siempre?, ¿por qué la muerte sólo persigue a unos pocos? Te diré una cosa, no me creo eso que nos cuentan”.

“¿A qué te refieres?”

“No me creo nada. Nuestra debilidad no es real, y nuestros miedos son infundados. Nuestros padres no son quienes dicen ser”.

Albert no podía pensar claramente con todos esos ojos acechándole. No podía pensar en nada salvo en árboles muertos, y nubes negras.

“Somos hijos de la guerra, Albert. Una muy grande que hubo hace mucho tiempo. Seres de otro planeta vinieron a por lo que era nuestro, y casi ganan. Duró años y años, y en ese tiempo nuestras razas se mezclaron. Luego ganamos y los visitantes se fueron, dejando tras de sí una generación de bastardos”.

Más ojos aparecían en la frontera entre el claro y el bosque, y Albert no se atrevía ni a respirar. Su vecina se alejó un par de pasos antes de adentrarse en el bosque.

“Los mestizos somos los únicos capaces de adaptarnos. Nosotros sobrevivimos donde otros fallecieron. Somos más fuertes, superiores. Pero ellos nunca nos dejarán en paz. La única forma de sobrevivir es dejarse llevar; ser quienes nacimos”. Y desapareció de su vista.

Inmediatamente después, una decena de criaturas –dueñas de las pupilas indiscretas- salieron de las sombras. Su forma era semi-humana, pero su tono de piel variaba enormemente. Ellos daban color a ese bosque sombrío. Caras grandes y dispares coronadas de ojos de fieras, con extremidades anchas y escamas y texturas que les daban forma en el mundo. Albert se echó atrás asustado, y la voz de su amiga le intentó tranquilizar. No la podía ver entre todas aquellas criaturas.

“Déjate llevar por tu verdadera esencia. Ya no tienes que ser más ese gusano triste metido en una caja de zapatos. Eres una mariposa. Eres lo que quieras ser”. Albert anda perdido entre todos esos rostros inhumanos que le rodean. Algunos vienen a cuatro patas. Todos van desnudos. Sus ojos van de cara en cara buscando a su amiga, pero no la encuentra. Está solo en medio de un bosque muerto y las criaturas que lo pueblan.
Alarga su brazo en un desesperado intento de alcanzarla, pero no la ve. No sabe dónde está. Impotente, las lágrimas empiezan a caerle por la mejilla mientras grita buscándola. Ni siquiera recuerda su nombre. Las bestias se asustan y se alejan, perdiéndose de nuevo en el bosque.


De nuevo está solo, de pie en medio de aquel extraño lugar. Le han rasgado las ropas, y no hay rastro de su amiga. Se mira las manos y ahoga un grito. Su piel ha cambiado de color por completo: las llagas y las escamas se han apoderado de él. Se pasa la mano por la cabeza y observa su pelo castaño que se ha caído. Siente sus músculos estirarse bajo su piel, y los huesos crujir al cambiar de posición. Antes de que quiera darse cuenta está corriendo a cuatro patas, y un grupo de hombres armados le persigue por medio del bosque. Mira al cielo, que está completamente gris por un nubarrón que se acerca.

Sam levantó la vista al cielo gris nada más salir de su apartamento con su traje gris de los viernes. Dio una carrera hasta la boca del metro, donde compró su café de siempre y el periódico oficial del Estado. El tren llegó como siempre puntual. No abrió su ejemplar hasta que no estuvo cómodamente sentado en el vagón, con su café azucarado ya a la mitad. Su taza de plástico cayó al suelo ante la impresión de leer la noticia que abría los titulares aquella mañana: Albert Cornwell hallado muerto en su apartamento a causa de una misteriosa enfermedad. Los tres artículos siguientes analizaban a fondo la importancia de las vacunas para los ciudadanos de a pie.

Proyecto lombriz: PARTE III

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PARTE III

Aunque parecía el hombre de siempre, Albert tenía muy claro que su vida había cambiado. Nadie lo sabía aún. No sólo ignoró a la guapa chica de los desayunos, sino que felicitó de lejos a su compañera Sally, la cumpleañera de la semana. Lo normal en el antiguo Albert habría sido llevarle un postre casero y acompañarla durante el almuerzo. Tampoco llamó a su madre durante el almuerzo. Tenía un terror irracional a ser descubierto, si bien no era demasiado consciente de cuál era su delito exactamente.
Tampoco se quitó la mascarilla por miedo al aspecto de su lengua. No estaba seguro del tiempo que aquella vacuna tendría efecto sobre su organismo. Sus colegas del trabajo, conocedores de su carácter maniático y semi-hipocondríaco, apenas notaron nada extraño en su comportamiento. Sin embargo, Sam, su jefe, parecía tener algunas reticencias sobre su comportamiento. Y le sometió a un pequeño interrogatorio.
Albert se escudó en su mascarilla para ocultar el horror y la inseguridad, y le comentó el incidente del gato muerto en su edificio. “No es que sea posible que el muerto me transmita nada gracias a la labor farmacéutica de la empresa, pero me siento más seguro llevándola”. Sam iba a objetar, pero Sally asentía sonriente a su lado, y justo decidió convertirse en una hipocondríaca más poniéndose su propia mascarilla. “Ya lo dice el Ministerio: las precauciones nunca están de más”. Sam se alejó de ambos sin ocultar su asco por un sistema que le mantenía en la cumbre, por otra parte.
La hora de la vacuna llegó, y Albert decidió quitarse de en medio antes de que todos estuviesen en la cola, dado que ya lo habían visto salir de ella varios días seguidos y alguien podía sospechar. Por supuesto, sabía que al menos uno sospechaba ya. Se encerró en el baño de la tercera planta, que solía estar vacío, para poder examinarse a gusto. Para su disgusto, la vacuna no había tenido tanto efecto como esperaba, y en el espejo sus pupilas empezaban a bailar. Cambiaban de tamaño lentamente según les daba la luz, pero nunca mantenían ambas el mismo tamaño y nunca el cambio era demasiado gradual.
En ese momento Albert fue totalmente consciente de lo que le podría pasar. Nada más se deshizo la cola, a la vez que la practicante de hoy cerraba la puerta con llave, salió al pasillo con el brazo encogido sujetando un falso algodón. Corrió a su mesa, se caló el sombrero y tomó su cartera sin meter todo lo necesario en ella. “Dile a Sam que tengo que irme, ha habido una filtración en casa de mi madre”. No esperó la respuesta de Sally. “Es horrible, espero que…” la atención de Albert ya estaba en el ascensor que acababa de llamar.
En lo que le pareció una eternidad llegó el ascensor. Iba vacío, ya que a esa hora todo el mundo debería estar en su mesa. Presionó el botón con mano firme y esperó tranquilamente, como el que no hace nada ilegal. Al fondo del pasillo se materializó su jefe con semblante preocupado. Aligeró el paso para hablarle antes de que se cerraran las puertas. Albert presionó el botón para cerrar las puertas musitando un “lo siento” que Sam no llegaría a escuchar. Salió deprisa del edificio y corrió al metro. Cuando Sam salió, Albert ya se había perdido entre la multitud. Ya abajo en la estación de metro no se sentía demasiado culpable. Cruzó rápidamente hasta su calle, pero se quedó paralizado en la esquina. Su edificio entero estaba acordonado con cinta amarilla, y las luces de la policía inundaban las fachadas colindantes. Por las insignias de los agentes que merodeaban pidiendo calma a los vecinos, se trataba de una urgencia médica. Albert rezaba para que estuviesen allí por su vecina la loca. Entonces la señora McQueen salió del edificio acompañada de un joven enchaquetado que asentía tras cada frase, y Albert estuvo seguro de que estaban allí por él.
Se giró lo más rápido que pudo, aunque tarde. La cotilla de la señora McQueen era capaz de llevar la conversación con el agente a la vez que su radar de bruja exploraba los alrededores. Apenas tardó unos segundos en registrar su presencia. Lo último que nuestro asustado amigo vio antes de dar media vuelta fue el rechoncho índice de la vecina de enfrente señalándole. No podía ver a los dos o tres agentes que le perseguían, inicialmente a paso ligero. Aún así, sentía la presión de los cuerpos moviéndose rápidamente hacia él, y el pánico de no saber hacia dónde ir. Puesto que lo que necesitaba era confundirse entre el anonimato de la muchedumbre de nuevo, volvió sobre sus pasos hasta la boca del metro.
Albert ya sonreía internamente al ver lo cerca que estaba de ser perdido de vista totalmente, y entró en su estado de calma fingida que le permitía salir de cada apuro, cuando uno de los hombres que le seguían le dio el alto, y otro que iba más atrás alarmó al resto de los viandantes al libre grito de “peligro de infección”. De pronto el mundo dejó de sonreír a Albert, y nunca más pasó desapercibido. Una mujer adorable intentó darle con su bolso, por lo que tuvo que hacer una maniobra evasiva de última hora y girar hacia la línea D que iba a las afueras. Allí un hombre enchaquetado le agarró de la americana obligándole a desprenderse de ella para correr aún más.
Sentía los pasos de los agentes, y las miradas de los viandantes. Muy pocos estaban asustados por el peligro de contagio, sólo querían atraparle. Ya veía la salida de esa vía de metro hacia la calle Victoria, por lo que aligeró el paso aún más, abandonando su maletín en un intento de ganar velocidad. Casi lo había conseguido, cuando una monada rubia con un uniforme de dependienta le cortó el paso. Le rogó que le soltara. La chica no le escuchaba, no hacía más que gritar: “¡he cogido al infectado!”. Era la misma mujer que le servía el desayuno cada mañana, la que le sonrió el lunes.
Era interesante ver cómo la vida había dado semejante vuelco, pensó Albert mientras le arreaba un puñetazo a la linda rubia y salía por la puerta de emergencia. Afuera la ciudad estaba oscura y parecía peligrosa. Apenas circulaban coches por el asfalto, ya que pocos eran los que podían permitirse un vehículo con el aislamiento suficiente para sobrevivir en el exterior. Asustado y desorientado, Albert recorrió varias millas sin sentir demasiado el efecto de la contaminación en sus pulmones.
Sin saber muy bien cómo, llegó a un callejón sin salida apenas demarcado por los restos lumínicos de unas farolas endémicas. Nada más parar, sus glándulas salivares empezaron a trabajar al doble de velocidad mientras su piel transpiraba como por primera vez. Sintió una fuerte arcada seguida de un intenso dolor estomacal, y al instante estaba doblado como una caña; dándole a la calle todo lo que había en sus entrañas. Para su mayor sorpresa y miedo, lo que había vomitado parecía ser los restos mortales de aquel gusano que había estado dos días dentro de un tarro sobre su mesilla.
Sin tiempo para reaccionar ante este extraño hecho, Albert escuchó de nuevo el paso apresurado de los dos agentes, y a los pocos segundos vislumbró sus siluetas al principio de la calle. Si seguía adelante llegaría al fondo de esa calle sin salida, pero para tomar el giro que le llevaría fuera tendría que cruzarse con los dos hombres, que cada vez estaban más cerca. Albert estaba dispuesto a subir las manos y esperar a que lo detuviesen, cuando de pronto una luz apareció por detrás de los policías. Éstos tuvieron que tirarse a la acera para no ser atropellados por el enorme todoterreno que ahora iba hacia Albert. Justo a tiempo las ruedas frenaron, y una de las puertas delanteras se abrió.
Sin saber muy bien qué hacer, Albert se asomó tras el coche para ver qué había sido de los agentes. Se levantaron del suelo tan deprisa que apenas tuvo tiempo de correr hasta la puerta que se acababa de abrir ante él, por lo que tuvo que propinarle un par de patadas a uno de ellos para que le dejara cerrar la puerta bien. En la oscuridad de aquel vehículo desconocido, Albert sintió paz por primera vez en una semana. Hasta que el conductor aceleró, racheó hacia la derecha y salió por la misma calle por la que había venido. Para hacer esto tuvo que atropellar a uno de los hombres, si bien Albert habría usado la marcha atrás para evitarlo. “Al final hemos tenido que huir, los dos. Y todo por tu culpa”. Le dijo su vecina la loca desde el asiento del conductor. “Bueno, si te soy sincera, siempre he querido irme. Pero me daba cosa hacerlo sola. Creo que quería compañía, por lo que ahora no tengo ninguna excusa”.

Su risa desquiciada y chirriante llenó por completo el interior del coche y la cabeza de Albert, que ahora empezaba a marearse.

Proyecto lombriz: Una historia en cuatro partes.

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Puede que estéis un poco hartos de mis largos proyectos que nunca terminan y de la forma tan caótica en la que suelo publicar últimamente, lo cual es normal. A esto sólo puedo decir que lo siento, y que intentaré enmendarlo, pero lo cierto es que ya advertía en mi primera entrada de que todo lo que aquí podéis leer no son más que los delirios de alguien un poco chalado, así que qué podemos esperar.

Os digo esto porque la historia que ocupará este blog hoy y los próximos tres días no sé muy bien cómo clasificarla. Ni si quiera tiene un nombre decente. En un principio me vino a la cabeza una escena en un baño con una lombriz como protagonista, por eso durante meses en mi ordenador ha habido una carpeta con el nombre “proyecto lombriz”. A partir de ahí pensaba sacar una historia -ya que la escena no me dejaba en paz ni de día ni de noche- que sería un relato corto.

Por suerte o por desgracia se ha ido alargando hasta constar de cuatro partes, y puesto que no es ni una novela corta ni un relato corto –que es lo que yo suelo trabajar- os lo dejo para que vosotros le pongáis el nombre que os apetezca.

Se sitúa en un entorno futurista en el que la humanidad sobrevive a duras penas en un entorno estéril destruido por siglos y siglos de contaminación. No puedo decir nada de la historia, salvo que gira en torno a una sociedad desnaturalizada cuya única preocupación es su propia supervivencia. ¡Espero que os guste!

PARTE I


El despertador sonó a las seis horas treinta minutos exactamente. Albert abrió los ojos de par en par con la vana sensación de que era lunes. Aunque podía no serlo. Levantó la vista hasta el almanaque que colgaba junto a la ventana. Efectivamente, era lunes. Aunque el domingo se había levantado a la misma hora con el mismo sentimiento. De repente Albert se sintió sobrecogido, sin poder decir cuántos días llevaba atrapado en ese día de la semana.

Su vida era un interminable lunes.

Albert miró fijamente la foto de su calendario para olvidar lo que acaba de descubrir. Era un paisaje relajante: ese tipo de vista insulsa e idílica hecha para olvidar. Como ya eran las seis treinta y cinco, se apresuró a levantarse. En su vestidor colgaban todas sus camisas, pantalones, y corbatas del trabajo. Se dirigió a la percha con la ropa del lunes. No se diferenciaba casi en nada al resto: únicamente que había sido lavada, secada, planchada y doblada para ser llevada un lunes.

Cogió el parasol azul, que aunque no le protegía de los rayos UVA con el mismo fervor que el negro, era un poco más alegre. Era un buen complemento para sus nuevas mascarillas. Eran de un tono diferente de blanco, y tenían una sonrisa dibujada con dos grandes dientes asomando. Estaban de oferta en el súper porque nadie las prefería a las clásicas mascarillas blancas. Quiso coger un clavel de la planta que le había regalado su madre y ponérsela en el bolsillo, pero pensó que era excesivo.

Salió a la calle. Lo cierto es que se sintió un poco tonto. Su parasol apenas resaltaba entre la multitud negra, pero se diferenciaba lo bastante como para que se sintiera extraño entre los parasoles negros. Su estúpida sonrisa congelada ante la indiferencia de las personas que le pasaban en su carrera hasta el metro. Se paró ante un pequeño puesto antes de entrar y pidió lo de siempre. Le dio el importe exacto a la dependienta, que sonrió a través del cristal mientras accionaba el mecanismo que le entregaría su vaso. Cuando Albert se incorporó con su desayuno en la mano, la joven ya estaba de espaldas atendiendo a otro cliente. Al menos se había llevado hoy su sonrisa. El señor que iba detrás le gritó que se diera prisa.


En su descanso para el almuerzo, Albert llamó a su madre. Como siempre. La señora Cooper había sido interrumpida en medio de sus quehaceres diarios; como siempre. Tal como solía hacer a esa hora, estaba con sus agujas haciendo punto, y no paró ni siquiera mientras hablaba con su hijo. El punto la mantenía activa y alegre, y la falta de éste en cualquier momento podía hundirla en una profunda depresión.

La señora Cooper no era capaz de mirar a su hijo a la cara sin sus agujas en la mano. Le resultaba insoportable mirar a unos ojos tan parecidos a los de su difunto marido sin que fuera él. Nunca salía a la calle por miedo a encontrarse con alguien con una mirada similar a su Joshep. A veces maldecía el parecido físico entre su hijo y su marido en silencio. Eso era cuando se le acababa el hilo, por supuesto. Hoy, la señora Cooper tenía mucha lana disponible, y sonreía abiertamente.

La breve conversación que interrumpió los quehaceres de la señora Cooper fue interrumpida a su vez por una campana. No era un sonido largo o estridente, simplemente un pequeño y discreto aviso a los trabajadores. Albert y su madre se despidieron mecánicamente, él le dio el último sorbo a su té, tiró los restos del almuerzo, recogió su mesa de trabajo, y salió por el pasillo. Como siempre, Albert estaba al final de la cola. Nunca se apresuraba hasta la habitación del fondo, temiendo que el destino le permitiera estar en un puesto anterior en la cola, lo cual no era su costumbre. Le gustaba estar al final de la cola.

Sarah y Michael sonreían en el primer puesto, que es donde acostumbraban a estar. Samantha, sin embargo, parecía un poco disgustada hoy porque Jane, que no se mantenía dos días seguidos en el mismo lugar, hoy se había plantado la decimoquinta en la cola: justo la marca que SAMANTHA solía ocupar. Todo esto era normal, como la rapidez con la que avanzaba la cola.

Sus compañeros salían del control sujetando el algodón en sus brazos sin demasiado dramatismo. Hoy tocaba el izquierdo. Cuando sólo habían avanzado un poco, una necesidad fisiológica urgente oprimió el vientre de Albert. Este corrió, más aturdido con la insolencia con que su estómago se salía de su ciclo habitual que por el hecho de tener que abandonar la cola. Si fuera posible, tendría unas serias palabras con su colon, pensó.

Al fin terminó en el baño, un poco enfadado con su sistema digestivo. Mataba por desinfectarse las manos, pero la puerta no estaba dispuesta a ceder. Intentó forzar el pestillo hasta que éste se rompió y ya no había forma de abrirlo. La puerta era muy alta para saltarla, el ancho de la abertura inferior demasiado bajo como para arrastrarse bajo la puerta. La zarandeó un poco más y gritó un par de veces. Pero todo el mundo estaba concentrado en la cola de la habitación del fondo.

Se quedó en silencio unos minutos, pensando. Alguien entró en el baño. Albert se sintió aliviado y dispuesto a gritar de nuevo. Tuvo que callarse de golpe cuando percibió una voz de mujer. Era Sarah, susurrando palabras lascivas. El que la acompañaba era Michael. Sarah estaba casada con uno de los directores de la empresa, y era la encargada de recursos humanos.

Albert sintió la necesidad de ser absorbido por la Tierra. Para suplir esta necesidad colocó los pies encima del váter y se agachó para impedir ser visto. Sarah y Michael no se percataron de su presencia. Cerraron la puerta principal del baño y procedieron a tener relaciones sexuales allí mismo.

Veinte minutos después, Albert aún deseaba que se lo tragara la Tierra. Sarah y Michael había recompuesto sus ropas y habían salido del baño, pero Albert no era capaz de moverse. Cuando al fin se decidió a salir (tras otro ruidoso forcejeo), la cola del pasillo había sido atendida y la habitación del fondo estaba cerrada con llave de nuevo. Tras meditarlo un minuto, decidió volver a su mesa sin comentar nada con nadie. Era la primera vez en quince años que se saltaba una dosis, pero por Dios que no había sido culpa suya, se dijo a sí mismo convencido.

Una vez terminó la jornada laboral, Albert se fue de vuelta al metro todavía algo conmovido. Con el familiar vaivén del vagón empezó a relajarse un poco, y cuando pisó de nuevo la calle oscura y neblinosa ya lo había olvidado por completo.

Subió las escaleras en lugar de tomar el ascensor, aunque vivía en un décimo piso. A veces simplemente le apetecía usar sus miembros; a pesar de que para todas las acciones había una máquina que podía hacerlo por él. Le gustaba pensar que era un hombre trabajador por ello. Si no terminaba un informe a tiempo, lo compensaba moviendo sus piernas de vez en cuando. Hoy lo había hecho todo bien, por lo que no entendía qué intentaba sustituir con ese esfuerzo innecesario.

Antes de que pudiera contestarse a sí mismo, la puerta de la chica del noveno A se abrió de golpe. Albert quedó paralizado al instante, mirando sus pupilas dispares. Ella era la razón de que su madre nunca le visitara. La única de todo el edificio que no tenía trabajo, ni vestía de gris, azul y negro, ni usaba mascarillas por la calle –cuando salía. Esa extraña mujer que colgaba macetas llenas de flores de su balcón, y lloraba en voz alta cuando las encontraba muertas al día siguiente.

- ¡Oh, vaya!- Rió brevemente, excesivamente alto para el gusto de Albert.- ¿Tú? Estarás de coña.

-Sí, me gusta caminar de vez en cuando. Por cierto, el presidente de la comunidad mandó ayer una circular, cree que debería retirar el cadáver de su gato del portal. No es un buen lugar para un gato muerto.

-¿Tú?-su risa volvió a inundar el pasillo.- Ah, ya, el gato. No se descompone, ¿no? Eso debería haceros pensar.

-Huele mal.- Albert no podía evitar aferrar su cartera contra su cuerpo, como si temiera que la mujer loca se la quitara en cualquier momento.

-Como todo.- Se quedó un segundo mirando la nada, como si un mosquito invisible revoloteara sobre su nariz. Luego estornudó, bañando a nuestro hombre en gérmenes. -¿Cuándo te has enterado? ¿Por quién? Dudo que la remilgada de tu madre te lo haya dicho.

-Nadie me lo ha dicho. Veo tu gato muerto cada mañana, al entrar en el edificio. También lo veo cuando vuelto todos los días a esta hora.- La mujer soltó otra carcajada, y luego se abrazó como si tuviera frío.

-Ya, mi gato está muerto. Deja de decirlo, no me gusta. Me refiero a lo de la visita: la guerra, el mestizaje –volvió a observar el mosquito invisible, intentó atraparlo con las manos pero parece que falló- ¡Mierda! La enfermedad.

De pronto se oyeron pasos al fondo de la escalera. La vecina del octavo venía casi corriendo. La chica cerró la puerta corriendo, y Albert sólo tuvo tiempo de apartarse al tiempo que la vecina le aporreaba la puerta gritando: “¡Indecente, sinvergüenza! ¡Búscate un trabajo y déjanos vivir!”. Al otro lado de la puerta se oía a la mujer riendo a gritos, y tras una breve pausa comenzó a llorar sonoramente. “Mi pobre gato”, gritaba una y otra vez.

Aquel pequeño contratiempo dejó a Albert algo aturdido, así que decidió relajarse con un buen baño caliente. Sabía que estaba haciendo un gasto de agua innecesario, pero pensó que con aquella caminata lo había compensado. Y allí estaba él, desnudo y tapado hasta la barbilla de agua caliente. Nada disturbaba su claridad dado que el gel que usaba era incoloro, inodoro, y no producía espuma. Nada, menos aquella forma curvilínea que chapoteaba en la superficie. Era una especie de gusano muy fino, casi transparente, y tenía una cabeza gorda en cada extremo que parecían estar olfateando el agua.

Él se asustó sin querer dejarse ser presa del pánico, y empezó a mirar en los alrededores de su bañera el lugar por el que aquel ser podía haber entrado. Su baño no tenía ventanas y no era natural encontrar insectos en ninguna zona de la casa, ya que duras penas sobrevivían en las alcantarillas; por lo que estaba intrigado de cuál podría ser su procedencia. Tras un rato investigando, se le ocurrió que el único lugar del que podía haber salido era su propio cuerpo, y eso le molestó mucho. Se envolvió en su toalla y de dirigió a la cocina, donde cogió un bote de cristal para recoger al animal, y lo dejó en su mesilla de noche.

Para su sorpresa, a la mañana siguiente el animal seguía vivo.

Mis tardes de tertulia: días de la semana

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Su mujer era amable y cariñosa, llena de vida y alegría que repartía sin miramientos a todo aquel que no se lo pidiera. Por eso habían conectado tan bien desde le principio. Ella iluminaba esa parte oscura suya que luchaba por dominarle. Alumbraba las sombras que le asustaban y el mundo se presentaba claro e inocente, como cuando lo ves por primera vez. Él pensaba esto mientras remoloneaba en la cama. Era miércoles. No podía olvidar el día en que vivía aunque lo intentara.

Ella se despertó de repente, como en medio de un sueño. Corrió apresuradamente al baño tras darle un beso, y volvió con el pelo recogido. “Tengo un vestido nuevo”, le dijo, “ya verás qué bonito”. Era azul, de vuelo, y le hacía unas caderas muy bonitas. “Qué bien te queda”, le contestó él, “eres mi princesa azul”. Se abrazaron.

Tras el desayuno ella se fue al parque, sola. Los miércoles no trabajba. Después de compras al centro comercial y para terminar a ver una película. Una infantil, siempre. Volvió a casa llorando, se encerró en el baño durante una hora.

Él forzó la puerta y la encontró sentada bajo la ducha, llorando.Agua sobre azul que contaba de la pena de su alma. Azul que lloraba. En su mano una cuchilla. Todos lo miércoles tenía el mismo dilema, pero nunca se atrevía a quitarse la vida. “No puedo soportarlo más”, le dijo apagando el grifo, “o lo superas de una vez o yo me marcho”. “¿Cómo puedes decir eso, cabronazo?, ¿superarlo YA? ¡Mi hijo acaba de morir!” Y lo gritos se hacían inentendibles por el llanto. La rabia parecía ponerles una mordaza que les impedía decir claramente lo que sentían, y un grueso muro de cristal se alzaba entre marido y mujer.

Repetían la misma discusión cada miércoles. Desde hacía seis años. Pero él no estaba loco, se limitaba a seguirle el juego a ella, para no hacerle más daño. Él no era como ella, hacía tiempo que había superado la muerte de Iván. No quería que estuviese muerto, pero revivirle una vez por semana era desgrarrador y agotador para su corazón. Así que el jueves ella se levantó como si nada hubiera pasado. Él ya no estaba. El miércoles siguiente ella estaba ingresada en un centro psiquiátrico.

Ese mismo día él se levantó en la habitación de un hotel lejano. Se despertó muy lentamente, pensando en ella. Tras eso no pasó nada. Un tic extraño se alojó en su ojo derecho, que no podía parar de guiñar. Se puso frente al espejo del baño, consternado. En su expresión se dibujaban claramente todas las dudas de su alma. Con un gran esfuerzo logró cerrar los ojos, abrirlos lentamente, volver a cerrarlos… y el tic despareció. Quiso sonreír, y decir alguna palabra de alivio en voz alta, pero en lugar de eso resonó en la pequeña habitación un extraño hablando: “qué bien te queda, eres mi princesa azul”.

Otra reflexión absurda

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La vida es un examen para el que ninguno de nosotros está preparado. Hacemos lo que podemos pero nunca es suficiente.

Algunos afortunados se quedan contentos con sus respuestas. Las escriben en orden y a tiempo y pueden permitirse el lujo de esperar pacientemente a que pasen los últimos minutos mientras repasan mentalmente todo lo dicho.

La mayoría nos quedamos sin tiempo a mitad de examen y lo entregamos sabiendo que fue no fue suficiente.

Lo más miserable son conscientes de que no se saben ninguna respuesta, y cada golpe de segundero les apuñala como una tortura inacabable.

Los más desgraciados de todos creen que se lo saben todo, y justo un segundo después de entregar caen en la cuenta de su error. Sin tiempo para cambiar lo que hicieron, sólo les quedan los remordimientos.

Sea una mala consciencia, la frustración que nos provoca no saber algo, o la tristeza derivada de las acciones que no nos dio tiempo a cometer; todos los seres humanos vivimos en una especie de cárcel. Una celda hecha con nuestros propios huesos.

Tal vez la vida no sea un examen. A lo mejor se parece más a una obra de teatro: para triunfar hay que romperse una pierna.