Mis tardes de tertulia: días de la semana

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Su mujer era amable y cariñosa, llena de vida y alegría que repartía sin miramientos a todo aquel que no se lo pidiera. Por eso habían conectado tan bien desde le principio. Ella iluminaba esa parte oscura suya que luchaba por dominarle. Alumbraba las sombras que le asustaban y el mundo se presentaba claro e inocente, como cuando lo ves por primera vez. Él pensaba esto mientras remoloneaba en la cama. Era miércoles. No podía olvidar el día en que vivía aunque lo intentara.

Ella se despertó de repente, como en medio de un sueño. Corrió apresuradamente al baño tras darle un beso, y volvió con el pelo recogido. “Tengo un vestido nuevo”, le dijo, “ya verás qué bonito”. Era azul, de vuelo, y le hacía unas caderas muy bonitas. “Qué bien te queda”, le contestó él, “eres mi princesa azul”. Se abrazaron.

Tras el desayuno ella se fue al parque, sola. Los miércoles no trabajba. Después de compras al centro comercial y para terminar a ver una película. Una infantil, siempre. Volvió a casa llorando, se encerró en el baño durante una hora.

Él forzó la puerta y la encontró sentada bajo la ducha, llorando.Agua sobre azul que contaba de la pena de su alma. Azul que lloraba. En su mano una cuchilla. Todos lo miércoles tenía el mismo dilema, pero nunca se atrevía a quitarse la vida. “No puedo soportarlo más”, le dijo apagando el grifo, “o lo superas de una vez o yo me marcho”. “¿Cómo puedes decir eso, cabronazo?, ¿superarlo YA? ¡Mi hijo acaba de morir!” Y lo gritos se hacían inentendibles por el llanto. La rabia parecía ponerles una mordaza que les impedía decir claramente lo que sentían, y un grueso muro de cristal se alzaba entre marido y mujer.

Repetían la misma discusión cada miércoles. Desde hacía seis años. Pero él no estaba loco, se limitaba a seguirle el juego a ella, para no hacerle más daño. Él no era como ella, hacía tiempo que había superado la muerte de Iván. No quería que estuviese muerto, pero revivirle una vez por semana era desgrarrador y agotador para su corazón. Así que el jueves ella se levantó como si nada hubiera pasado. Él ya no estaba. El miércoles siguiente ella estaba ingresada en un centro psiquiátrico.

Ese mismo día él se levantó en la habitación de un hotel lejano. Se despertó muy lentamente, pensando en ella. Tras eso no pasó nada. Un tic extraño se alojó en su ojo derecho, que no podía parar de guiñar. Se puso frente al espejo del baño, consternado. En su expresión se dibujaban claramente todas las dudas de su alma. Con un gran esfuerzo logró cerrar los ojos, abrirlos lentamente, volver a cerrarlos… y el tic despareció. Quiso sonreír, y decir alguna palabra de alivio en voz alta, pero en lugar de eso resonó en la pequeña habitación un extraño hablando: “qué bien te queda, eres mi princesa azul”.

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