¿Qué coño me pasa con el pelo?

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Mi padre tiene el pelo blanco desde que puedo recordar. Es así: un día se levantó y se había hecho mayor, y con eso ha convivido el resto de su vida. Mi madre me encontró mi primera cana con diez u once años, mientras me peinaba. La miró un segundo y sólo pudo sentenciar: "vas a ser como tu padre".

Desde ese día vivo esperando el maravilloso momento en el que mi pelo sea un lienzo en blanco.

Me tiño, me tiño desde hace tanto que no recuerdo cuál es el tono exacto de mi color natural. Me matizo, me oscurezco y hasta hace poco no se me ocurrió otra que decolorarme. Y me corto el pelo: mucho, de maneras que no son aconsejables; con los típicos cortes asimétricos que a las dos semanas te llenan la cabeza de picos y cuernos imposibles de peinar. Entonces, con el color que toque (nunca el que yo quería, tengo el pelo demasiado oscuro para que me pille nada bien), me aguanto: espero y espero y me pongo horquillas y cintas y diademas duras hasta que el pelo vuelve a caer por su propio peso y el corte y el color está uniforme. Y vuelta a empezar.

Soy masoca: tomo terribles decisiones en cuanto a mi pelo constantemente, pero no puedo parar. Mi familia está acostumbrada: siempre dicen eso de que cualquier cosa me sienta bien. Pero la verdad es que tengo un problema. Me da miedo la rutina, que las cosas se mantengan de la misma forma, porque parece que ya estemos condenados a esa forma de ver las cosas porque "siempre ha sido así". Sé que mi vida sigue un camino único e inequívoco, como un río que se despeña ladera abajo hasta el mar, donde dejará de ser el mismo de una vez y para siempre. Mi pelo son las bengalas que lanzo para pedir ayuda: no quiero que las cosas se queden siempre igual. No quiero que la vida sea como siempre ha sido.

Quiero aventura, quiero cambio... y lo único que soy capaz de cambiar, es mi pelo. Ni siquiera sobre mi culo o mi pensamiento tengo control a veces. Le digo a mi cerebro "hora de trabajar", y se pone a componer un poema. Luego le digo "hagamos una entrada de blog", y se queda en blanco. Se para, y el tiempo se pone a correr. Y me acuesto frustrada porque no conseguí el objetivo del día.

Mi pelo, en cambio, poco puede hacer contra los mandatos de los químicos. "Sé más claro", y siento la espuma burbujear en mi cabeza mientras mi pelo se quema, doblegado ante mis deseos. Luego llega mi cerebro y dice "no me gusta". Y allá que llegan los químicos a la carga de nuevo. Y me levanto por la mañana y mi cerebro de nuevo "en realidad me gustaba más el otro". Odio mi cerebro, es un tocapelotas. Pero bueno, estoy distraída.

Estoy en un momento de mi vida un poco difícil, no lo voy a negar. Parece que la vida ha cogido carrerilla y de repente todas las cosas que nunca planeé hacer las estoy haciendo, sin comerlo ni beberlo: en plan adulto. Al mismo tiempo, mis sueños siguen ahí, aferrados en mi subconsciente y yo me siento una traidora por querer tener cosas bonitas en lugar de dejarlo todo y ponerme a escribir mis novelas a tiempo completo.

Bueno, un poco como cuando estaba en el instituto y me tocaba darlo todo en los estudios cuando lo que me apetecía era salir, conocer a gente y escribir. Ser un poco zorra también, a lo mejor. En lugar de eso me quedaba por la tarde en casa estudiando latín y griego (por si os lo preguntáis: no, nunca vi el retorno de inversión de aquellas tardes).

La cuestión es que vivo en crisis. Soy un homo dramáticus: necesito los dilemas existenciales para sentirme viva. Y mi pelo es el medidor de las distintas fases por las que voy pasando. Me dejé el pelo largo y con un precioso color rojo para mi boda, pero unos meses antes me entró ansiedad y me lo corté por encima de las orejas. Hace unos meses me lo puse naranja, y ahora lo llevo negro. No creo que cambiarme el color del pelo haga que el mundo gire menos deprisa, pero al menos me da sensación de control.

No controlamos una mierda sobre nuestras vidas, por mucho que lo intentemos. Si alguien te dice que controla su vida: te miente como una perra. Yo siempre he intentado tener controlados todos los detalles: planificar y hacer progresos por fases hasta llegar al final apoteósico de película. Después de tres décadas, me conformo con controlar de qué color y con qué largo llevo el pelo.

Hay que empezar por algún sitio.

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