Crónica de mi primer año en la treintena

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Hoy es un día cualquiera en la historia, y en mi propia vida. Hoy cumplo treinta y un años, pero si me preguntas te diré un número falso. Siempre me han enseñado que es de mala educación que las mujeres se hagan viejas, así que miento. Quizá no fuera así exactamente lo que me enseñaron, pero es con lo que me he quedado. ¡Qué más da!

Primero que nada, me gustaría decir que NO he tenido crisis de los treinta. Mi crisis de los treinta empezó con veintiocho años, y la superé antes de cumplir los treinta. Qué os voy a contar: soy así de lista y eficiente. No he notado ningún cambio sustancial en mi vida derivado de la edad, y como me conservo de lujo, como podéis ver en la foto, no ha habido cambios evidentes en la forma en la que me trata la gente de mi entorno inmediato (amigos y compañeros de trabajo). 

Sí me gustaría hablar de un cambio drástico que se ha dado en el entorno familiar, y que lleva varios años viéndose venir. El cambio en cómo te tratan tus padres, y por extensión, tus suegros. La forma en que te mira la sociedad -y me refiero a tu jefe, la seguridad social, el señor del banco, la publicidad- también ha cambiado bastante. Y qué queréis que os diga: me cabrea bastante. Me cabrea tanto que a veces no puedo expresarlo bien, por eso he pensado bastante sobre el tema antes de ponerme a escribir. Tras varias horas de meditación (vale, han sido unos 45 minutos mientras hacía limpieza en casa: mi casa es muy pequeña, no me da para reflexionar más) he llegado a una conclusión: lo que cambia principalmente son las expectativas. 

Recuerdo cuando tenía veintipocos años, y si me voy  más atrás, la sensación es aún más clara: la gente se amaravillaba conmigo, esperaba grandes cosas de mí. Cuanto más atrás voy, más doloroso es. El primer cuento que escribí, en clase de lengua en cuarto de primaria, gustó tanto a mi maestra que se lo enseñó a la maestra de la clase de al lado, maravillada. En uno de los pocos concursos de poesía a los que me he presentado me dieron un premio por ser la más joven de los candidatos. Mi tutora del Bachillerato me insistía para que me pensara bien la carrera que quería hacer, porque consideraba que tenía mucho talento (ojalá le hubiera hecho caso). Mi profesor de escritura creativa del máster me rogó que me olvidara de la lingüística y me centrara en la literatura... Sin embargo, eso me parece tan lejano ahora. 

Ahora, con menos complejos y menos inseguridades, la persona que más cree en mí soy yo. Y no es falta de humildad, para nada; es simple instinto de supervivencia. Con la edad (u otra cosa, no he conseguido localizar el qué aún), las expectativas que los demás tienen de mí son muy escasas, y mis sueños no existirían si yo no me preocupara de alimentarlos. Mi jefa piensa que tengo mucho potencial, sí; pero le basta con que cumpla con mis funciones laborales. Mi madre cree que soy la más lista y la más guapa del mundo, también; pero preferiría que fuera menos guapa y le diera un nieto. 

Lo cierto es que soy una "señora", con todas sus letras y sin presentaciones. Es lo que me llama la recepcionista del centro de salud, la señora del banco, el niñato adolescente que necesita que le dé paso en el metro. "Señora". Cada vez que alguien me llama eso me deja claro que el mundo tiene cero expectativas sobre mí. No hay talentos ocultos que descubrir y, si es que tengo algún talento, a estas alturas ya habría alcanzado su punto álgido. Nada que destacar: soy una María más de las muchas que hay España, un número de ticket en la caja del Mercadona, un coche más en el atasco matutino. 

¡Pues no! Y aquí viene lo bueno que he aprendido en este primer año de mi tercera década. Ahora que nadie espera más de mí (terminar carrera, encontrar trabajo, casarse, sobrevivr a una obra: ¡todo checked!), ahora es cuando yo cojo y hago lo que me da la gana. Los dejo a todos boquiabiertos. Ahora es cuando más creo en mí. Ahora es cuando digo que voy a hacer algo, y lo hago: sin explicar nada a nadie, sin justificarme. 

No importa que Netflix me sugiera series que no tienen nada que ver conmigo, que la familia deje caer lo de los niños cada tres frases, que mi abuela no entienda que pueda tener problemas o preocupaciones teniendo una casa en propiedad y un marido... Este es objetivamente el mejor momento de mi vida. Soy joven, estoy posicionada económicamente, tengo un conocimiento global bastante genérico y poco profundo, pero que me vale para sobrevivir fuera de mi círculo inmediato.. Este es el momento de luchar por lo que realmente quiero. Y creo que tengo claro lo que quiero y lo que no. Al menos de manera genérica. 

Podría seguir mi patrón mental habitual y deprimirme, esta vez porque nadie espera nada de mí salvo lo que es evidente que puede pasar. En lugar de eso, he decidido sorprender al mundo con quien realmente soy. He decidido demostrar que aún se pueden esperar grandes cosas de mí. Y la mejor forma de demostrar algo, es hacerlo. 

Si estás de bajona por tu edad o porque crees que nunca vas a cumplir tus sueños, te animo a replantearte la idea. Nadie tiene la última palabra sobre tu destino más que tú mismo; y aunque los sueños no se cumplan, un sueño roto sigue siendo un sueño. 




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