Revelaciones: parte II

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Patrick se perdió por los pasillos seguido de Oforgen. Yo ya sabía que nunca cogerían a Jack, pero no los detuve. No quería más testigos. Roxane y Beatriz me miraban con los ojos grandes y redondos. “¿Qué estáis mirando? Tenéis un viaje que preparar”. Salieron de la habitación tras hacer una reverencia. “¡Haced al menos cuatro reservas!”, les grite mientras se marchaban.

                Bajo el Árbol Sagrado, sólo Sahara y yo quedamos para contemplar la agonía de la dueña de La Madriguera. Por el olor de su sangre, sí que era verdad que era vieja.

-¿Qué cojones miráis? ¡Sacadme de aquí!

-¿Por qué íbamos a hacerlo?- Sahara estaba disfrutando el espectáculo.

-Para que no te mate cuando consiga salir de esta, asquerosa traidora. Sabes que no tengo que pedírtelo. Puedo coger lo que quiera cuando quie—Otra bocanada de sangre le cortó el discurso.

-Hay que rematarla, o tarde o temprano nos matará. –Sahara se dirigió a mí.

-No, la necesito para que le pare los pies a Yasmina. –Irina pareció reaccionar ante ese nombre.

-Soltadme, yo me encargo de Yasmina. –Sí que se notaba la fuerza de sus años. Atravesada en plata como estaba, se retorcía con tal fuerza que la gran mesa de roble temblaba bajo su peso.

-¿Cómo? –Sahara me llevó a un lado, aunque sabía que ella podía oírnos igualmente. –Si la dejas libre, lo primero que hará después de Yasmina será buscarme a mí.

-No, primero buscará a Jack, y luego a ti.- A Sahara no le gustó la dosis de su propia medicina que le estaba dando. Era una pena, porque tenía más sorpresas para ella.

-Eso es cierto.- Dijo Irina después de soltar otro escupitajo sangriento. –El muy cabrón me ha roto un corazón. Parece que eso del ojo por ojo es lo que le va. Se va a enterar. ¡Soltadme!

-Tranquila, Irina. Encontrarás a Jack junto a Yasmina. Se me olvidó decírtelo: una de las yonkis que vamos a matar es su novia. Si te das prisa puede que la mates antes que él.

-Esto es una locura, Laura. Irina no es de fiar. –Sahara empezaba a perder los papeles.

-¿Y tú si, Sahara? –Era el momento de soltar la bomba final. –Porque por lo que yo sé llevas meses ocultándome información.

-¿De qué hablas?

-Hablo de los informes que tus humanos te traen y te llevan a todas horas y que nunca llegan a mis manos. De la información que Orgen te está dando sobre, por ejemplo, cómo acabar con mi vida definitivamente cuando ya no te sirva para nada.

-¡Laura! –Intentó que su tono fuera conciliador, pero instintivamente sacó los dientes y se encorvó, y yo hice lo mismo. –No puedes venderme por eso, no sabes qué pretendía hacer con esa información.

-¡Darmela a mí no, eso desde luego!

-¡Laura, cálmate! –Y mientras me lo decía su garganta se volvía loca y producía un sonido gutural amenazante. Pero yo no tenía miedo. Yo era la Emperatriz.

-Sahara, será mejor que empieces a correr. No me gustaría que estuvieras en desventaja.

-Sabes que cuando termine con todos vendrá a por ti.

-Estaré preparada.

-¡Soltadme ya, joder! –Me acerqué a Irina dispuesta a quitarle el tridente del pecho, y Sahara se lanzó a por mí. Lo que no esperaba era que yo rechazara su ataque con facilidad, y la mandara de un empujón al otro lado de la sala.

-¡Vete!- Le grité antes de liberar a Irina. Ésta se levantó despacio, aún vomitaba sangre. Me miró un instante y sacó los dientes.- Ni se te ocurra, zorra. Acabo de merendarme a una sacerdotisa.

               Irina se plantó frente a Laura un segundo, dispuesta a sacarle las entrañas. Le vino otra arcada y vomitó más sangre, esta vez con trozos de tejido en ella. Se puso la mano en la boca sorprendida, y todos los humanos bajo su control lanzaron un aullido al cielo a la vez. Muchos enfurecieron, y comenzaron a golpear a los pocos clientes osados que quedaban en el bar. El cáos se adueñó de La Madriguera en un instante.

                Las bailarinas de la barra tomaron sillas y mesas y comenzaron a destrozar el local. Los donantes de sangre se abrieron la yugular mientras gritaban maldiciones en kora labin, la lengua secreta de los oscuros. Dos o tres de los suplicantes que había arrodillados bajo el Árbol Sagrado comenzaron a tirar de las ramas hasta que todo el salón estaba bañado en sangre. El resto de los suplicantes lloraban mientras les llovía encima trozos de madera y piel muerta palpitando sangre negra y fría. Muchos de los porteros y vigilantes se dedicaron a golpear violentamente a todo el que se ponía a su alcance.

                Irina caminaba aún expulsando sangre por el pasillo que daba a la sala principal, seguida por los pasos serenos de la Emperatriz. Varios de sus peleles intentaron atacarla, pero no llegaban a tocarle un pelo antes de que los derribara o los devorara. Las fuerzas empezaban a fallarle a Irina, a quien cada vez le costaba más levantar el peso de sus propias piernas. Empezó a caminar lentamente hacia el pasillo que daba a aquel callejón de las afueras de Londres, y con cada paso que daba las acciones de sus peleles eran más violentas. Laura estaba a punto de perderla de vista por el pasillo, cuando Irina se volvió. La miró, y por un instante parecía que iba a decirle algo. Entonces le falló la rodilla, y tuvo que seguir el camino a gatas. Los gritos eran ensordecedores.

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