Patrick se perdió por los pasillos seguido de Oforgen. Yo
ya sabía que nunca cogerían a Jack, pero no los detuve. No quería más testigos.
Roxane y Beatriz me miraban con los ojos grandes y redondos. “¿Qué estáis
mirando? Tenéis un viaje que preparar”. Salieron de la habitación tras hacer
una reverencia. “¡Haced al menos cuatro reservas!”, les grite mientras se
marchaban.
Bajo
el Árbol Sagrado, sólo Sahara y yo quedamos para contemplar la agonía de la
dueña de La Madriguera. Por el olor
de su sangre, sí que era verdad que era vieja.
-¿Qué cojones miráis? ¡Sacadme de aquí!
-¿Por qué íbamos a hacerlo?- Sahara estaba disfrutando el espectáculo.
-Para que no te mate cuando consiga salir de esta,
asquerosa traidora. Sabes que no tengo que pedírtelo. Puedo coger lo que quiera
cuando quie—Otra bocanada de sangre le cortó el discurso.
-Hay que rematarla, o tarde o temprano nos matará.
–Sahara se dirigió a mí.
-No, la necesito para que le pare los pies a Yasmina.
–Irina pareció reaccionar ante ese nombre.
-Soltadme, yo me encargo de Yasmina. –Sí que se notaba la
fuerza de sus años. Atravesada en plata como estaba, se retorcía con tal fuerza
que la gran mesa de roble temblaba bajo su peso.
-¿Cómo? –Sahara me llevó a un lado, aunque sabía que ella
podía oírnos igualmente. –Si la dejas libre, lo primero que hará después de
Yasmina será buscarme a mí.
-No, primero buscará a Jack, y luego a ti.- A Sahara no
le gustó la dosis de su propia medicina que le estaba dando. Era una pena,
porque tenía más sorpresas para ella.
-Eso es cierto.- Dijo Irina después de soltar otro
escupitajo sangriento. –El muy cabrón me ha roto un corazón. Parece que eso del
ojo por ojo es lo que le va. Se va a enterar. ¡Soltadme!
-Tranquila, Irina. Encontrarás a Jack junto a Yasmina. Se
me olvidó decírtelo: una de las yonkis que vamos a matar es su novia. Si te das
prisa puede que la mates antes que él.
-Esto es una locura, Laura. Irina no es de fiar. –Sahara
empezaba a perder los papeles.
-¿Y tú si, Sahara? –Era el momento de soltar la bomba
final. –Porque por lo que yo sé llevas meses ocultándome información.
-¿De qué hablas?
-Hablo de los informes que tus humanos te traen y te
llevan a todas horas y que nunca llegan a mis manos. De la información que
Orgen te está dando sobre, por ejemplo, cómo acabar con mi vida definitivamente
cuando ya no te sirva para nada.
-¡Laura! –Intentó que su tono fuera conciliador, pero
instintivamente sacó los dientes y se encorvó, y yo hice lo mismo. –No puedes
venderme por eso, no sabes qué pretendía hacer con esa información.
-¡Darmela a mí no, eso desde luego!
-¡Laura, cálmate! –Y mientras me lo decía su garganta se
volvía loca y producía un sonido gutural amenazante. Pero yo no tenía miedo. Yo
era la Emperatriz.
-Sahara, será mejor que empieces a correr. No me gustaría
que estuvieras en desventaja.
-Sabes que cuando termine con todos vendrá a por ti.
-Estaré preparada.
-¡Soltadme ya, joder! –Me acerqué a Irina dispuesta a
quitarle el tridente del pecho, y Sahara se lanzó a por mí. Lo que no esperaba
era que yo rechazara su ataque con facilidad, y la mandara de un empujón al
otro lado de la sala.
-¡Vete!- Le grité antes de liberar a Irina. Ésta se
levantó despacio, aún vomitaba sangre. Me miró un instante y sacó los dientes.-
Ni se te ocurra, zorra. Acabo de merendarme a una sacerdotisa.
Irina se plantó frente a Laura un segundo, dispuesta a
sacarle las entrañas. Le vino otra arcada y vomitó más sangre, esta vez con
trozos de tejido en ella. Se puso la mano en la boca sorprendida, y todos los
humanos bajo su control lanzaron un aullido al cielo a la vez. Muchos
enfurecieron, y comenzaron a golpear a los pocos clientes osados que quedaban
en el bar. El cáos se adueñó de La Madriguera en un instante.
Las
bailarinas de la barra tomaron sillas y mesas y comenzaron a destrozar el
local. Los donantes de sangre se abrieron la yugular mientras gritaban
maldiciones en kora labin, la lengua
secreta de los oscuros. Dos o tres de los suplicantes que había arrodillados
bajo el Árbol Sagrado comenzaron a tirar de las ramas hasta que todo el salón
estaba bañado en sangre. El resto de los suplicantes lloraban mientras les
llovía encima trozos de madera y piel muerta palpitando sangre negra y fría.
Muchos de los porteros y vigilantes se dedicaron a golpear violentamente a todo
el que se ponía a su alcance.
Irina
caminaba aún expulsando sangre por el pasillo que daba a la sala principal,
seguida por los pasos serenos de la Emperatriz. Varios de sus peleles
intentaron atacarla, pero no llegaban a tocarle un pelo antes de que los
derribara o los devorara. Las fuerzas empezaban a fallarle a Irina, a quien
cada vez le costaba más levantar el peso de sus propias piernas. Empezó a
caminar lentamente hacia el pasillo que daba a aquel callejón de las afueras de
Londres, y con cada paso que daba las acciones de sus peleles eran más
violentas. Laura estaba a punto de perderla de vista por el pasillo, cuando
Irina se volvió. La miró, y por un instante parecía que iba a decirle algo. Entonces
le falló la rodilla, y tuvo que seguir el camino a gatas. Los gritos eran
ensordecedores.
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