Las damas de Avignon

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Las dos y media de la mañana y Laurita está dormida, pobre. ¿El azul o el rojo? Un tipo la otra noche me dijo que tenía unos ojos muy bonitos. Pero no me invitó ni a una copa el hijo de puta. Con el rojo seguro que le iba mejor. Suena el timbre. Tacones de once centímetros rojo pasión por el pasillo. Siete euros, pero casi se pega con la gitana. ¿Dónde coño está mi bolso? ¿Sin bragas?, no gracias, yo soy una dama. ¡Hace más frío que su puta madre! Pero el vestido luce más con los pezones marcados. Un día me muero de una pulmonía. ¿Esa es la Manuela? Siempre empieza la primera la muy zorra. En la cola de la furgoneta igual: siempre tiene que ser la primera en tomarse el café. Como si fuera la única cosa caliente que llevarse a la boca por aquí. Mañana es el teatro de la niña, hoy nada más que hasta las seis. A ver las madres cómo se portan, siempre mirando por encima del hombro las hijas de puta. ¡Malas puñaladas les den! Si no estuvieran tan manías yo no tendría trabajo. Como si a mí me gustase ir cosiendo los trapos rotos de las demás. ¡Que se jodan! ¿Cómo estará durmiendo hoy mi niña? Un cliente. Pero a nadie le importa lo que la Maru piense. Y menos al Pelao, cuyas venas arden por la necesidad de la sustancia intoxicante. Se acerca como para hablar con ella, amiga de toda la vida, y le raja la cara. No quería hacerle tanto daño. ¡Mierda! Desfigurada, se mira al espejo con pena. Y luego a su niña, que duerme. Va sin ganas a ponerse los zapatos, los rojos no, no, que le dan mala suerte. En el descampado el mismo frío de siempre. L a Manolita se baja de un BMW fumando un cigarro. A su lado la Rumana, que no habla español, sólo la lengua del dinero, y la Sussi, que la obliga el marido a venir. Se ven unos faros y las tres se levantan de golpe: pezones al viento. El pintor, desconcertado, no sabe cómo plantear el tema. En seguida la Maru, que siempre quiso ser estrella, se acerca con picardía. Ve sus ojos brillar y sabe que es ella, aunque como es tan aprovechada consigue enchufar a sus tres amigas.
La cuatro se desnudan con la cansina trivialidad forjada a fuerza de costumbre. El vello impudoroso asoma, y junto a él las cicatrices provocadas por los gajes del oficio. El rostro desfigurado de la Maru no es más que un espejo de su cuerpo maltratado y de su alma olvidada. Cuatro damas contorsionadas hasta casi romperse por intentar amoldarse a la calle. Cuatro himnos a la sombra de nuestra sociedad. El pintor se emociona, contiene el llanto, se frota la cara, pero la Rumana interrumpe el vivo discurso que lucha por salir entre sus pulmones. Entonces, ¿chupar sí o no?

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