La mujer sin rostro

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Ana es una mujer que, por circunstancias de la vida, no tiene rostro. Apenas habla de ello, porque cuando conoce a alguien la carencia se hace tan palpable que el interlocutor, avergonzado de su curiosidad morbosa, baja los ojos y sonríe con una mueca vacía, sin atreverse a preguntar. “Con todo en su sitio”, piensa Ana, “y su cara es una tabula rasa tan inexpresiva como su mente”. Pobrecita, piensan cuando la espían de reojo, observando a hurtadillas las líneas fantasmas de su expresión. Pobrecita, repiten cuando se ha ido, para reforzar aún más su creencia de que ellos son más felices porque tienen más.

Cuando cae la tarde, Ana sale a la calle a gritarle al mundo en silencio. Ríe, pero nadie lo sabe, y ese es su pequeño secreto. Se sienta en el parque, frente a la escultura de Bécquer, y se entretiene en comparecer esa triste emoción pétrea que poco a poco se está adueñando del mundo.

Ana no confía en la gente con rostro, porque siempre están haciendo monerías, y la mitad del tiempo sus ojos gritan lo contrario que sus palabras. A sus amigas les da grima cuando les cuenta lo de las caras, y algunas retuercen los ojos con muchos aspavientos, soltando grititos: Jesús, por dios, qué cosas tienes, Ana. Luego caen en el silencio y Ana escucha lo que sus labios no son capaces de verbalizar, señalando cada mentira y haciendo evidente cada vez más, sí, la gente sin rostro es mejor.

Una vez Ana tuvo un amante, que la miró a los ojos, pero la miro de verdad, y le dijo que era la mujer más guapa de la Tierra. Y eso que no había visto todas las que existen. Pero Ana sabía que era verdad que lo pensaba. Lástima que su rostro le delatara tiempo más tarde, cuando le dijo que él también la quería.

Ella no había conocido aún a su hombre sin rostro: ese muro misterioso al que poder asomarse. Los hombres con nariz y mejillas vivían sumidos en la extensión de sus propios cartilágos, y no le resultaban interesantes.

Ana, la mujer sin rostro, vive escondida de la teatralidad de los malos amigos, y espera en silencio cada tarde en la puerta de la unidad de quemados del hospital, soñando con que un buen hombre sobreviva a los horrores del mundo.  

3 comentarios:

irakolvenik dijo...

Podría ser la novia de Slenderman! (Lo siento no lo he podido evitar, pero el relato mola mucho, de verdad)

Puli dijo...

Jajajaja La verdad es que sí! No lo había pensado. Hace unas semanas entró en una cafetería mientras me tomaba un café, a lo mejor por eso me salió el relato de la mujer sin rostro.¡Quién sabe!

Anónimo dijo...

Y si es una realidad? a nadie le gusta sentirse ignorado debido a un defecto, debemos mirar el interior de las personas

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