Tardes de tertulia literaria

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Greta se levantó tarde aquella mañana, porque se había pasado la noche viendo el último capítulo de Perdidos con sus amigos. No tenía ganas de desayunar, por lo que se fue directa a su escritorio, donde le esperaba el relato a medio escribir. El tema de esta semana era la nostalgia, y ella estaba rememorando algunos recuerdos de su infancia.

La cosa es que no sabía cómo terminarlo. Quería darle un tinte positivo, siempre manteniendo la mirada distante y nostálgica exigida por aquel tema. Llevaba en aquel bucle desde la tarde anterior. No sabía cuál sería la siguiente frase, sólo que llevaría el adjetivo efímero por alguna parte. Y un punto y coma; sería una frase compleja y bella. Pero no sabía qué iría en ella. Antes de desesperarse del todo sonó el teléfono. Su amiga Casandra la recogería tras la clase de las cuatro para ir juntas al Picalagartos.


La clase de Historia de la Lengua 101 fue una completa odisea mental, pero finalmente dio con la frase adecuada. Se sentía tan orgullosa de sí misma que sonrió un par de veces ensimismada. Por suerte nadie la vio. Los últimos veinte minutos de clase los pasó revisando y corrigiendo el escrito, y pasándolo a limpio.

Y por fin su gran momento en medio de aquel bar. La charla suave de los ocasionales clientes que les rodeaban arropaba la tertulia con la misma constancia que las cucharillas removiendo los cafés. Todos los tertulianos habían acudido a la cita este jueves, menos Rocío, que estaba de Erasmus este año. Todos se encontraban muy animados porque el tema les gustaba mucho y habían salido verdaderas maravillas.

Paula terminó de leer las últimas palabras de una vieja en su lecho de muerte, en las que añoraba la felicidad que la ignorancia juvenil le había otorgado en un lejano pasado. Tras la lectura hubo un par de comentarios, y pasaron al turno de Greta. Casandra leyó por ella, esmerándose en la pronunciación tanto como en el énfasis de las palabras.

“… y la efímera cualidad del aire que respiramos; nosotros mismos servimos de oxígeno al mundo y terminamos siendo contaminados restos de un aire antes puro y fértil”. Todos tenían los ojos atentos y las bocas semi-abiertas en dirección a Greta. Hubo muchos comentarios, todos positivos.

Así pasó la crisis literaria de Greta.


Horas más tarde, a las tantas de la madrugada, Greta estaba conectada al Skype. Casi iba a cerrar porque no había nadie, pero de pronto Rocío entró. ¿Estás ahí?, le decía. ¿Qué tal te va?, cuánto tiempo. Greta tecleó sonriendo para sí. Acabo de enterarme, ¿cómo ha sido? Miró instintivamente su reloj, las tres y media. ¿El qué? No sé de qué hablas.

¿No te has enterado? Paula ha fallecido. Greta se quedó un segundo sin respiración, intentado recordar la historia de la vieja que había escuchado esa misma tarde. Ni una sola palabra le vino a la mente. Amaneció muerta en la cama. Al parecer, se tomó una tableta de pastillas.

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