Melting pot

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La historia de los estados Unidos de América nos habla de nuestra propia crueldad. Después de haber estudiado su historia a fondo, me sorprende ver a medio planeta venerando una cultura consumista nacida del exterminio de otra mucho más arraigada a la tierra en la que vivía. Llena de sueños y de promesas sólo respetados sin son los de la mayoría: cualquier anhelo fuera de la superficialidad de una existencia sin preocuparte de qué pasa fuera de tu pequeña burbuja de cristal no tiene cabida en la tierra de las oportunidades. No al menos en la Gran Manzana.
Miro sus calles llenas de tiendas y veo planeta morir sin que si quiera nos molestemos en mirarlo. Las luces de Times Square, encendidas día y noche, extraen sin piedad todos los recursos de la madre Tierra y deslumbran a los viandantes, incapaces de darse cuenta. Miro a los animales encerrados en el zoo del Bronx y veo a esos europeos explotando la tierra ajena y llenándola de extrañas criaturas. Cazando búfalos para evitar a los nativos que se alimenten.
Veo la Estatua de la Libertad y desde ella me sonríe un Sueño Americano inalcanzable, una felicidad edulcorada que empieza a empalagar. Visito la Zona Cero, y tres mil espíritus mudos no me cuentan ninguna historia desde sus fotos sonrientes. El agujero del desastre se oculta tras altas vallas sobre las cuales ondea la bandera y los proyectos de futuro, y su lado la iglesia de St Paul se ríe de la desgracia sonriendo a su suerte. A nadie le pareció irónico que se salvase, excepto a mí.
Nueva York es ruidosa, frenética y desconcertante.
Menos mal que me quedé lo suficiente como para conocer a su gente. Un pueblo que realmente cree en la esperanza a pesar de haberla visto en pocas ocasiones. Que ha demostrado que es posible hacer las cosas a lo grande, y que a pesar de lo que pueda parecer es extremadamente tolerante y amable con los extranjeros. Al fin y al cabo, todos somos extranjeros en el mundo. "Todos venimos del mismo bote", me dijo un hombre mayor por las calles de Harlem en una ocasión. Somos hermanos.
Nueva York está hecha de trocitos de mundo, y a pesar de ser el centro de éste, cuando estás allí te sientes en la periferia. Estás en todas partes, y en el centro de todas de una sola vez. Te hace sentirte pequeño y grande al mismo tiempo. No eres más que un turista perdido entre sus calles, sin embargo, de entre todo ese lío siempre hay alguien dispuesto a salir a ayudarte (si no fuera por eso todavía estaría dando vueltas por el metro).
Desde mi casa siempre he pensado, "¿quién coño se creen que son los americanos, los amos del mundo o qué?", pero una vez allí sólo podía repetir "¡qué altivos somos los europeos!". ¿Cuánta gente se ha parado en Sevilla a ayudarme a buscar una calle sin que se lo pidiera, y lo ha hecho mirándome a los ojos?
Por supuesto, no estoy ciega y veo sus defectos claramente, como veo los míos ("we are beautiful, and ugly too"), pero ya no me esconddo en una barrera de prejuicios al menos.
Desde luego hay mucho que hacer en el mundo, y Nueva York en muchos sentidos representa todo lo malo que las personas conscienciadas con los problemas del planeta quieren exterminar. Pero le pese a quien le quese, el "melting pot" de culturas del que la lieratura americana habla, no es sino una humeante taza de plástico del Starbucks en una mano de cualquier color bajo las calles de la Gran Manzana.



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